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LA CIUDAD DEL VICIO

ra, se entregaba conmigo a las olas en aquella noche cálida, en la'ligéra Jáanchita blanca, que mis remos hacían volar... No Ímaginan tal vez qué orgullo tenía de aquellos celos de leona fecunda, en cuyos dedos sentía a ciertas horas crispaciones de garras y en cuyos ojos inefables, de tan singular expresión que en ellos podía leer la emoción más vaga, desde la que se traduce en la voz por el grito, por la palabra o por la frase, hasta la que el lenguaje articulado no puede dar, y cuando más se cristaliza en los labios por la sonrisa, dando una perla o una estrofa;—en cuyos ojos (decía yo)a la misma hora vibraba, en un galvanismo instantáneo- la íntima dolora (1) de un alma perlada de juventud y de pasión... Sabía bien cuántos quedaban para siempre heridos y prendi- dos en el rastro de su belleza y cuántos desearían apuñalarme en un antro, diciéndome criminal por- que era feliz...

Lía no tenía nada de la escultura antigua, líneas consagradas de miodelo napolitano, senos altos, cu- tis moreno, nariz griéga, cabeza de Juno donde se arvs:nolinaban cabellos nocturnos... Era una mu- chacha, tan fresca como una criatura, y tan blanca como una camelia. Las líneas de su cuerpo instru-

(1) Fialho d'Alméida, que conocía a maravilla el español y leía más castellano y literatura contemporánea que ningún otro escritor portugués desu época, trasladó al portugués, irrespetua- samente para los alrbarderos del idioma, para los vernáculos a todo trance y costa, para los defensores del purismo exagerado que aquí como allí abundan, esta linda palabra creada po el genio poético de muestro inmortal Campoamor.—Ak del 7.

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