FIALHAO D'ALMETDA
calles geométricamente alineadas, y en el tremelu- cir de los faroles se podía evocar alguna de esas ne- crópolis torvas, donde las fiestas resumían la vida, las carnes de las mujeres se cubrían de llamas de oro en púrpuras radiantes, la música arrullaba la embriaguez de los soldados y de los capitanes, y del hombre nada vivía sino la bestia, refociláíndose en concupiscencias fenomenales...
En medio del río, y en las torvas concavidades de la niebla densa, cesgarrada aquí y allá por los ca- prichos del aire y de la noche, los barcos adquirían dimensiones terribles, y con la vela floja sobre las varas curvas de los mástiles, hacían pensar en las muertes de albatros deslizándose en el agua “negra, que se escurría soñolientamente hacia el mar...
A fuerza de escrutar las sombras, la retina falsea- ba las imágenes, haciéndolas moverse entre crespo- nes en un ritmo fúnebre, y esbozando así carbones rembrandtnescos, (1) de una energía desigual... En ese pavor negro desvanecíase junto al timón el per- fil de Lía en una fugitiva blancura, inmovilizado en singular recogimiento... Á veces sus manos movían- se distraidamente en el regazo, había resonar de cuentas agitadas; y si el copo de nieve de la gargan- ta se inclinaba un poco, el mármol de los brazos abría claridades ebúrneas en el luto del deshabillé...
En espiralitas claras, cortados muy cortos, los ca- bellos hacíanle capu/ a un lado, sobre la cabeza ba-
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(1) Fialho era muy aficionado a esas adjetivaciones pictóri- cas, evocaciones de artistas célebres. Era una pluma de pintor más que de literato la suya.— NV. del T,
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