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FIALHO D'ALMETDOA

dos de orgullo judaico, de ardor, de deseo, de embriaguez y de amor. Cayendo desde mi cuello hasta mis brazos en forma de collar, casi desnuda y ceñida a mí, los pies arrastrando, los crespos cabe- llos en nimbo en la impecable pureza de la testa, las narices palpitando de ansia, y la boca en mueca ardiendo en ese rojo terrible de las sangres orienta- les, yo le había oído muchas mañanas palabras de aquellas, primero cuchicheando divinos secretos, y la cabecita escondíase en la mía, cayéndome en el hombro desnudo... Después la respiración subía en un comienzo de c'clón, estrangulábale la voz, y su decir era anhelante y frenético... Y desde allí para arribz, ¡qué cóleras ardían en ella!... Cada molécula de su piel era un centro de sensación entumecido en flúidos de amor y reventando por descargas de go- zo, bajo la fecundación de cada beso...

Esa irradiación de mujer adolescente transfigura- da al calor de un hombre, adquiría de súbito ener- gías de desierto, reminiscencias de estado bárbaro, sensualidades tigrescas, cuyo ardor el agua del bau- tismo parece haber enfriado en las cristianas... Y como chispa saltando en el combate violento de las fraguas, aquel lenguaje mezclado, ifdefinible, obsce no tal vez y encantador, hacíame saltar lavas en la sangre como un último refinamiento de voluptuosi- dad... a

Y la lancha continuaba bogando despatio, como en un fragmento de leyenda del Rhin, sin ruído, llevando a Ja mujer de negro al timón... Evitábamos los navíos anclados, como conspiradores en peligro;

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