FIALHO D"ALME DA
fibrillas de ese iris que dentro de mí iluminaba con divina iluminación todo el rojo poema de una pasión selvática... Parecíame, en la incoherencia en que os- cilaba, su amor como una serpiente que se incrusta! ba frenética a mí, inoculando ponzoñas en mi san- gre y locura en mi cerebro, invirtiendo la polariza- ción de mis instintos y contaminando la nobleza de mis ideales, tornándome feroz, cobarde y grosero, y dejando enla algidez (1) de mi vida, un rastro de ma!- dición y estupor... Y por más esfuerzos que hiciese, la contemplación de este tipo de Herodías me vio- lentaba, me cansaba, me hundía!... En pleno río y lejos del bullicio, su figura se transfiguraba de in- móvil que estaba, y a través de ella yo veía ir desfi- lando en procesión fantástica, túnicas de lino al viento, cabellos adornados de zequíes, y ojos de be- lleza terrible, todos los extraños tipos de la judía le- gendaria; —¡desde María, la suprema inocencia, has- ta Thamar, la suprema culpa...
—¿Y la pesca?—han de preguntarme los lectores...
(1) Quiero conservar la palabra exacta que emplea Fialho: porque es de pura y genuina procedenciz latina, aunque en cas- tellano hayamos desvirtuado su significación de una manera descabellada, absurda y grotesca... Algidus, a,um, en latín, todo el mundo sabe que es frío, yerto, aterido de frío o sobrecogido de miedo —de miedo frío—y en ese sentido la emplea poéticamente Ennio: A/gidus pavore. No podia ser de otro modo puesto que al- gor, orís, significa frio. Sin embargo, en castellano hemos trastorna- do de tal modo ese significado que lo hemos vuelto del revés y que hasta hemos creado el manido cliché y viejo tópino de pe- ríodo álgido de una cosa por periodo de entusiasmo, de hervor, de calor.—N, del T.
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