FIALHO D'ALMETDA
fundo asombro la pobre, como si ante ella surgiese alguna evocación pavorosa...
Día agreste, lleno de incertidumbres en lo alto, con alternativas de sol y contramarchas de nubes, que, muy bajas, dejando harapos por los cabezos, a trechos truncaban la cordillera, empañando la viva transparencia de los verdores... En los esqueletos de los árboles, ponía la ráfaga revoloteos de hojas; ve- nía un frío dolorosu de lejos; y por masas, en la opa- cidad del aire, troncos cruzados, ramajes vibrantes en la sinfonía de los vientos, toda esa confusión he- lada de los bosques que van reventando de miedo, daban una sensación de amargura 'y de abandono... Como iban creciendo las aguas por esos barrancos y torrenteras, humedecíanse los terrenos bajos, ex- humábanse raicillas tortuosas de color de herrumbre de los vallados que querían resistir al torbellino, y venía de las hierbas ensuciadas por la riada, de las contrahechas actitudes y bruscos gestos de la arbo- leda, una fatiga imbécil y un dolor atónito, que casi acusaban impotencia. Terrenos afuera extendíanse aun calvas y áridas planicies, pedazos de suelo viejo hirsutos de canas vegetales, aquí y allá pintarrajea- dos de germinaciones tímidas, pálidas, finas, cami- nando en filones, causando el efecto de pinceladas al azar. Por toda aquella orilla comenzaba el cebar de hiena de la hierba nueva que se pone lustrosa, se en- gorda y se alimenta del cadáver de la hierba vieja y
—62-