LA CIUDADODELVIC o
en vanidades de libertina, la va pisando, humillando y royendo con una especie de implacables celos...
Toda pequeña hoja reventando, traía al mismo tiempo heredadas lascivias secretas, como un ansía nupcial que alargaba los pezones en el seno para los besos del-amor frenético, reviraba los ápices como lenguas al descubrimiento de alguna nueva sensación, irritando, en titilaciones misteriosas sobre los rever- sos de las hojas, las vellosidades y los pelos en el lo- co placer disipado de una kermesce... De las hon- duras de los bosques venían susurros de cataratas, aceñas trabajando, gemidos de tallos azotados por el viento o últimos idilios de hojas otoñales que revolo- tean ya muertas. En esa transición de cuartetala Na. turaleza lloraba melancolías líricas, y, si el bostezo de la niebla rasgada dejaba por momentos contemplar algunos florones de cielo bruñido al reverberar del sol, veíanse en el azul pálido, sobre el engaste del ho- rizonte, los dulcísimós tornasoles que tienen ciertos nudos de madreperla, tonos de nácar, junquillo, tur- quesa y oro, fundiéndose en maravillosos reflejos...
En las saeteras de la gran chimenea provinciana, ancha y alta como un torreón de casa solariega, el viento bramaba en todos los tonos, desde la rabia hasta la súplica, queriendo a todo trance asaltar la vivienda,implorando, diciendo secretitos, golpeando con golpecitos humildes y quedándose después co- mo un salteador en la esperanza de que le fuesen a abrir...
Por la noche, un chubasco golpeó las vidrieras y cayó sonoramente en las tejas, bajo los golpes del
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