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LA CIUDAD DEL VICI/O0O

Sonaron las campanadas (1) del Angelus; ya los últimos aires del día se absorbían en la sombra de los aguaceros y en la alcoba iluminada por la luz de la lámpara, nada se vislumbraba sobre el palomar ni sobre el jardín... Pero los vidrios de la veatana temblaron ligeramente; y una mano de dedos lar- gos llamó despacito, llamó...

Dulces y tristes, los ojos de la anciana madre re- conocieron en las tinieblas el ala del palomo negro, fatídica e implacable, a la que lo indeciso de la no- che daba proporciones desmesuradas. Temblando acercósea la hija, le obervó una risa suavísima, espiri- tualizada de angustia y toda luminosa de inocen- cia... Cesara el arquear de la respiración; los párpa- dos cerrábanseje descansando y en el dibujo del cuerpo indeciso en las penumbras del cuarto, sólo la palidez de ja cera ponía en derredor la divina cla- ridad de una aureola de martirio...

—¡Los palomos! volvía a decir sordamente la vie- ja... ¡Los palomos.!...

Y era toda su queja...

Al día siguiente estaba perdida la esperanza. Los tejidos flácidos abandonáronse a una laxitud tenaz, sin correspondencia con estímulos de otro orden. Apenas se sentía la respiración de la enferma y co-

(1) Bateram Trindades, escribe Fialho con la gráfica y expre- siva denominación del Angelus, tan popular en toda la litera- tura portuguesa. Hora dus Trindades.—N. del 7.

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