LA CIUDAD DEL vI1CI10
de fortaleza cercada... Tenía la cabeza vibrante, el pico en el aire, el pecho arqueado; y con sus ojos Castaños observaba los cielos de lado, altivamente, en su puesto... Caían ya gruesas gotas de lluvia que tendían por el aire alambres paralelos, rodando por e! terreno en esferoides vestidos de polvareda roja... En grupos, por esos senderos, la azada al hom- bro, ramos de trovisco en los sombrerones ju- mentos en reata, los trabajadores recogíanse a la vi- lla, amedrantados, recitando el Zrisagio, con un aire de deslumbramiento estúpido... 1 alargando los pes- Cuezos en una angustia, las vacadas mugían profun- damente bajo el peso de la atmósfera asfixiante. Bianca, en contraste con el aire fuliginoso, la villa resaltaba ahora en un minucioso dibujo de casas blanqueadas, chimeneas agresivas, y puertas carrete- vas cerradas por cancelas enormes de ripa, como si ungran reverberoen medio dela sombra la rembrandi- mizasse (1). Comenzaban ruídos subterráneos, brus- cos vértigos de relámpagos... Nubecitas pálidas, gases «de tessitura frágil, puños de encajes de Va/lencienne, y plumas de abanicos rasgados en crispaciones de
(1) En su anhelo de transformar el idioma portugués, tan «aturra y tan viejo, Fialho d'Almeida, a más de vincular al ¡en- gnaje literario los léxicos y vocabularios de los oficios, artes y profesiones, de la agricultura, de la herrería, de la albañileria, de la química, de la medicina, enriqueciendo asi el idioma escrito como quería Teófilo Gautier en Francia; no temía a veces crear neologismos expresivos y verbos arbitrarios como este de rem- brandinizar, cuya fuerza gráfica comprenderán mejor los artistas y técnicos de la pintura y que yo traslado al español.- N. del T.
-1-