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FIALHO D'*ALMETDA

aquella suprema idea, galvanizámdolo todo, hacíale saltar de la cama en un berrido ronco, con los bra- zos al aire e incoherencias de poseso... El ratero vol- vía, sin embargo; se le había tirado a la garganta, le sacudía... ¡Las cuatro de la mañanal!... Era el ayu- dante de la enfermería con el remedio en una co- pita...

Al fin, abriendo los ojos conscientes, al cabo de no sé cuántas sernanas de abotargamiento mórbido, consiguió dar fe con tranquilidad de sus compañe- ros de reclusión, los vecinos mayormente... Era ya una mañana de Mayo, en los días en que la hume- dad de las callejuelas recónditas y el frío de los in- teriores desabrigados forman paralelo ingrato con la tibieza de la luz exterior, tan benéfica que por los troncos entorpecidos en la invernada hace subir re- vigorizaciones de savia, y va haciendo brotar de los arbustos decoraciones patéticas de hojas, como en- ciende en los rostros rubores de salud y en los cuer- pos vértigos de alegría insaciable. Esa gradual mag- nificencia de la tierra paramentada de coloridos fi- nos, hierbas mosqueadas de margaritas (1), amapolas y flores de mayo, las transiciones:infinitas del ver- de que ondula del amarillo al añil, bosquejando fon- dos de oasis a las casitas rústicas de las huertas, he-


(1), A nuestras margaritas silvestres, que en cicrtas regiones de la Andalucia baja, en la provincia de Almería, por ejemplo, se llaman mojigatos, corresponde la poética denominación de malmequeres en lengua portuguesa.—/V. del 7.

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