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LA CIUDADDEL VICIO

ría por el contrastealos habitantes dela vieja enferme- ría, de paredes impenetrables, pilares gigantescos, y ese calor insípido de fogones que arden, noche y día, con intensidad prefijada en una escala, ablandan- do los cuerpos y favoreciendo las fermentaciones. Al- gunos hospitalizados que mejoraban,aún derrengados por el asedio de largas enfermedades, iban de venta- na en ventana y de cama en cama, acechando la agi- tación de la ciudad, estirada abajo en la expansión irregular de un barrio pobre: fincas altas, callejones con escalerillas, huertecillos en forma de embudo o contemplaban el valor de los infelices que en crisis vacilaban entre la franca convalecencia o el franco paroxismo...

Un viejo campesino de Chellas, por ejemplo, in- genuo y charlatán, era de una salud conmovedora... Tenía el semblante rudo y calcinado por las intem- peries del campo, manos disformes con dedos cur- vos, que la convivencia de la azada ya no dejaba en- derezar, patillas amarillentas y rasas haciendo imbé- cil la risa y un sincero interés por la suerte de los compañeros de enfermedad... Encorvado en el capo- tón de hule de la casa, gorro blanco atado en el oc- cipital, iba recostado junto a las camas a saber de sus enfermos tadas las mañanas, a ayudar a los mo- zos eri el servicio de las raciones y distribución de los remedios, a contar su vida a los que ya iban me- jor, a decir bromitas a los que se ponían a la venta- na, a alentar a los que se atormentabano a rezar por los que ya no sentían...

Y una noche en que el de la cama 24 murió, el de

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