FREALHO DALMEILIDA
pone el cuerpo en llaga viva; y tiénenle una rabia en la casa... No me choca: aquí no trayendo recomen- daciones, no soltando propinas, ni siquiera buena cara ponen... Al principio venía la hija, domingos y jueves con regalitos, algo de fruta y.unas monedi- tas... Eran insultos de muerte a la -muchacha que al fin se mudó de barrio ¿entiende? aburrida del estorbo ruín...¡Siempre queda alguien contento cuan- do otro muere... Á fuerza de vivir aquí, ya conoce el estado de la criatura por el resollar de la respira- ción. Cuando va a haber carne fresca, avisa al punto riendo como vengándose de alguna manía vieja...
Aquel modo de contar daba escalofríos al mozue- lo cuya fantasía empapada en toscas supersticiones de provincia, creaba en la cama 13 una encarnación de diablo sarcástico, viviendo de la tortura ajena, próximo a los delirios, en la alucinación de las fie- bres y en el corazón de los dolores, derrotando a la tebapeútica, haciendo huir a las creencias, y en el crepúsculo de la agonía prolongando sobre los cuer- pos alas de murciélagos, escamosas y verdes, ham- briento de las almas del color de la luna...
Pero en su monotonía implacable, el viejo seguía adelante, verdoso y contento, insistiendo en el caso, biografiando a unos y a otros, refiriendo las racio- nes de carne asada, las tradicionales hambres de la
ieta, los grandes desalientos de cuando caía la no- che en la enfermería enorme, a la hora en que los accesos vienen acelerados, el ritmo de las respira- ciones se turba, una aflicción convulsa aplasta los pechos y el valor, y a las ventanas fumando, los lí-
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