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FIALH.HO D'ALMETD A

¡Qué tiempos, qué tiempos!... Y el viejo meneaba la cabeza muy grave, con los ojos en el suelo.

—Yatienea la compañera en el cementerio, contaba. El mozoselehizo hombre y fué condenado a presidio por navajazos... Nadie heredaría el nombre del herre- ro honrado ni la herramienta del oficio, con la cual por cincuenta años las manos de él habíanseencalla- cido en la bella gallardía de una labor sin tregua... Todo en ese hospital era, pues, triste, oliendo a tumba; ¡miserias, desgracias, caídas!... Temblaba el alma de frío...

Y también pensativo, el viejo de Chellas levan- taba la mirada sobre el paisaje fronterizo, animado de gente y penetrado de los hálitos del aire y del sol que, suave, suavecito, iban haciendo ondular los ha- ces de mieses y las hojitas de losolivares. En aquella hora, todo se expansionaría en su pobre lugarcejo; corolas de risas matinales, sencillas y sinceras como el alma de los prados verdes, exhalada en el cánti- co de los pájaros y en la bruma cerúlea del atarde- cer... Estaría tocando a fiestz la:campana de la igle- sia; gente de los caseríos, por grupos, entraba tal vez por el viejo portal ojival de la iglesia, gótico de la primera dinastía, y en el campo de la* fiesta, flautines y bombos animarían el baile de mozonas con molineros, espesos como becerros. De una ori- lla el río espejeante y de la otra colinas verdes salpi- cadas de manzanos en flor, altas norias ronceras y molinos de viento en remolinos, encuadrarían el pai- saje en una suavidad casta, llena de sueños fecun- dos, nupcias, besos, átomos de sol y mariposas sa-

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