FIAL,AHO D"*ALMETDA
e dió de cara con Pinto, el dueño de la tienda, so- lemne con el levitón negro de los días de fiesta, con la patilla rasurada y el cabello al rape y el alto vien- tre liberal, de donde medallón y cadena se escu- rrían en un pus de riqueza gorda y ordinariota... El tendero adelantóse, con la faz austera de patrón, ei sombrero de copa derribado y la esclavina de franjas bordadas, Comenzó luego a hablar en una mascullación nasal y rápida, sin dejar hablar, ha- ciendo pesar la nota hostil de su posición superior. — ¿Cómo estás... ¿Cómo no estás?...—Que le habían puesto cáusticos...—:Cuántos, aún así?... Y prosiguió: ¿si obraban como purgantes? Era esencial para echar fuera los humores... ¡Deja doler lo que duele!... El bien le había recomendado en la tienda, que tuviese precaución,.. Advertir a un hombre zopenco es ma- chacar en hierro frío... Y casi le mandaba ponerse bueno al día siguiente, impacientado, gruñón, por la falta que hacía en la tienda...
Vino el señor enfermero con las manos en los bol- sillos, y el gran delantal con chapa de la casa y el gorrito a un lado... Y sabedor de la alta posición que ocupaba aquella figura, Pinto hízole una reve- rencia extendiéndole la mano con la risa solemne de recibir visitas, y tratándole de Buestra Seño- ría... (1) Pusiéronse a conversar de la vida, tan tra- bajosa para quien no quería andar en dependen- cia... Y Pinto describió cómo había emprendido su
(1) Claro está que Fialho d'Almeida infringe deliberada- mente la ortografía, diciendo Bossa Seahoría, para remedar la pronunciación del tendero.—/V, del T.
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