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DAVID COPPERFIELD.

— ¡Necio orgulloso! exclamó... porque su hermano era un poco escéntrico, aunque hay otros mas escéntricos que él... y no queria que le viesen en su casa, le envió á un asilo de locos, menoscabando así la voluntad de su difunto padre, que le habia encomendado especialmente á sus cuidados, pues tambien el padre se imaginaba que su pobre Ricardo era lo que se llama un idiota... Por lo visto el padre se creia un verdadero sabio, para juzgar así... ¡él era el idiota, él!

Mi tia siguió hablando con aire de firme conviccion, y yo traté de mostrarme tan convencido como ella; luego prosiguió así :

— Intervine entre los dos hermanos é hice un ofrecimiento al pretendido sabio :

« Vuestro hermano está sano y bueno, le dije, tiene la cabeza mas sólida que la vuestra, hoy y siempre. Dejadle su corta renta, y que se venga á vivir conmigo. No tengo miedo, ni tampoco soy orgullosa : tendré cuidado de él y no le maltrataré como le han maltratado ciertas personas, sin contar los calaboceros de la casa de los locos. »

Como era consiguiente, hubo un gran altercado entre el pretendido cuerdo y yo... Pero salí vencedora y el pobre Ricardo vino á casa, donde permanece desde entonces. Es la criatura mas afectuosa y dulce que se puede ver; capaz de dar un buen consejo; yo sola puedo saber lo que es ese hombre.

Al pronunciar estas palabras mi tia tomó un aire de desafío, como si hubiese querido que cualquiera la contradijese, cosa que me guardé muy bien de hacer.

— Tenia una hermana, prosiguió mi tia, una hermana que amaba, una buena chica, llena de buenas atenciones para él. Pero hizo lo que las demas... se casó, y su marido hizo lo que todos... darla mala vida. Las penas de aquella hermana produjeron tal impresion á Mr. Dick, que esto, unido al miedo que tenia á su hermano, le causó un acceso de fiebre. Sucedió antes de que viniese á mi casa... Sin embargo, ha conservado un recuerdo que le afecta lastimosamente. ¿Os ha hablado de Cárlos I, hijo mio?

— Sí, tia.

— ¡Ah! dijo rascándose la frente como si hubiese estado un poco contrariada : es su modo alegórico de expresar el recuerdo que os cuento; es natural que una sus penas á su enfermedad. Para hablar de ello siempre se vale de la similitud, pero como tiene el derecho de hacerlo, no sé por qué se le ha de impedir.

— Ciertamente, tia, exclamé yo.

— Bien sé, añadió mi tia, que no es el lenguaje de los negocios, ni el del mundo : por lo mismo insisto para que no diga ni una palabra en su memoria.

— ¿Y sobre qué versa esa memoria si se puede saber? pregunté á mi tia. ¿Sobre su propia vida?

— Sí, hijo mio, respondió rascándose otra vez la frente; escribe una memoria para el lord canciller ó el lord no importa quién, — para uno de esos personajes á quienes se paga para tener el derecho de dirigirles memoriales : cuenta en el suyo lo que le han hecho. Espero que lo acabará uno de estos dias... Todavía no ha podido redactarla sin introducir en ella su manera particular de expresarse, y así es que la empieza frecuentemente, pero, ¿qué importa? así se distrae.

Mas tarde supe que Mr. Dick se esforzaba hacia diez años en borrar de su memoria Cárlos I, sin poderlo conseguir. Cárlos I volvia siempre y no se queria separar de su mente.

— Os lo repito, continuó mi tia, yo sola sé el talento que tiene ese hombre, que es el mejor y mas amable de la tierra. De cuando en cuando le gusta lanzar una cometa; ¿pero qué prueba eso? Franklin tenia el mismo gusto, y eso que era un cuákero ó cosa por el estilo; ya veis como era aun mas ridículo que Mr. Dick.

Si hubiera podido suponer que mi tia me habia contado todo aquello para hacerme su confidente, me hubiese creido muy honrado con aquella distincion, y hubiese sacado una conclusion excelente de aquella prueba de su estima; pero no pude menos de observar que satisfacia una imperiosa necesidad de hablar á alguien; evidentemente era un problema que le gustaba plantear y resolver por sí misma : si se dirigia á mí era porque no habia otro á mano, á quien contarle la historia aquella.

Semejante reflexion, que hice aparte y tratando siempre de adivinar qué podia adivinar, no me dió ninguna compensacion; antes por el contrario, la generosidad de mi tia al hacerse el campeon del pobre Mr. Dick, me hizo suponer que no seria menos generosa con respecto á mí. Para mí aquello me revelaba un buen lado de su carácter. Empecé á creer que á pesar de todas sus rarezas y sus escentricidades, mi tia tenia uno de esos corazones