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DAVID COPPERFIELD.

cantadora lo que su padre le dijo con respecto á mí, y cuando le hubo hablado, propuso á mi tia que subiese al piso de arriba para ver mi cuarto.

Todos la seguimos, y nos introdujo, por la misma escalera de balaustrada, en un hermoso cuarto de la edad media, con un techo de encima como el del primero.

No sé dónde, en mi infancia, habia ya visto una cristalería de catedral que debia representar una Virgen ó una Madona; pero cuando á la ténue luz de la antigua escalera ví á nuestro guia á través de la balaustrada en el tramo á que se habia adelantado, recordé aquellos cristales, y desde entonces he comparado la plácida fisonomía de Inés Wickfield con los brillantes tonos esparcidos alrededor de la Santa ó de la Madona, cuyo recuerdo despertaba en mí.

Mi tia manifestó que no podia hallar mejor alojamiento, y ella y yo quedamos encantados.

Mr. Wickfield queria que se quedase á comer, pero la conocia demasiado bien para intentar rebatir la objecion que hizo, no queriendo exponerse á andar por los caminos entrada la noche. Así, pues, solo tomó un bocado y me dejaron á solas con ella para que pudiéramos despedirnos sin testigos.

Inés fué discretamente en busca de su aya, y Mr. Wickfield volvió á su gabinete.

Mientras comia, mi tia me dijo que Mr. Wickfield habia recibido sus instrucciones para que no me faltara nada, y terminó con algunas palabras cariñosas mezcladas de buenos consejos.

— Trot, me dijo, daos honor á vos mismo, á mí, á Mr. Dick, y que el cielo os ayude.

Estaba verdaderamente conmovido, y le repetí cuán reconocido le quedaba.

— Que jamás, me dijo, puedan echaros en cara una bajeza, una mentira ó una crueldad. Evitad esos tres vicios, y no desesperaré nunca de vos.

Prometí ser digno de ella y no olvidar nunca su recomendacion. Supliquéla que saludase á Mr. Dick, cuando me interrumpió diciéndome:

— El coche me espera; ¡adios! Permaneced aquí.

Al mismo tiempo que hablaba me besó y salió vivamente cerrando la puerta detrás de sí.

Tan aturdido me dejó su partida, que creí haberla disgustado con alguna de mis palabras; pero al mirar por la ventana, ví á mi tia subir al coche con un aire tan triste, sin atreverse á mirar, que tributé justicia á sus sentimientos.

¡Pobre tia! ¡queria al desgraciado huérfano!

Dieron las cinco : era la hora de la comida de Mr. Wickfield. Habia calmado mi emocion y me sentia con apetito. Habian puesto solo dos cubiertos : uno para Mr. Wickfield y otro para mí. Inés bajó, sin embargo, del salon gótico con su padre y se sentó frente a él. Dudaba que hubiese podido comer sin ella.

Despues de comer fuimos al salon, y Inés dejó sobre una mesita una botella con vino de Oporto; sabia que colocado allí por otras manos que las suyas, aquel vino pareceria menos bueno.

Mientras que Mr. Wickfield llenaba un vaso, ella tocaba el piano ó se ocupaba en su costura.

Mr. Wickfield parecia encantado y orgulloso al verla, al sentirla á su lado; pero de repente un acceso de tristeza se apoderaba de él, y bajaba silenciosamente la cabeza. Inés lo notaba bien pronto, y lograba distraerle con una pregunta ó una caricia : entonces Mr. Wickfield recorria á su vaso.

Inés se lo sirvió ella misma : así se terminó aquella noche.

Cuando llegó la hora de acostarnos para Inés y para mí, Mr. Wickfield abrazó cariñosamente á su hija, y despues que se hubo retirado mandó que encendiesen luces en su cuarto.

Para ser exacto diré que me habia alejado del salon durante una hora; pues quise ir á tomar el aire en la calle y admirar la vetusta catedral.

A mi regreso hallé á Uriah Heep que cerraba las ventanas del estudio. Como tenia simpatías por todos los de aquella casa, me acerqué á él, hablamos un momento, y al separarme de él le dí la mano... ¡Oh! ¡la suya estaba como el hielo! Experimenté á su contacto una sensacion que me recordó las manos de un espectro, y mas de una vez, involuntariamente, me estremecí y padecí una gran repugnancia.

Cuando despues de esto subí á mi cuarto y miré por la ventana antes de cerrarla, creí ver á Uriah Heep que me espiaba con su figura cadavérica, y retrocedí lleno de espanto. Solo era la sombra proyectada por uno de los pilares que se terminaba con una cabeza tallada.