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DAVID COPPERFIELD.

Mr. Wickfield estuvo sumamente fino para conmigo; me aseguró que estaria sumamente contento con el doctor Strong, que era un hombre excelente.

— Quizás algunas personas abusan de la bondad del doctor, añadió Mr. Wickfield. Digo quizás, no conociendo esas personas; si existen realmente, no formeis parte de ellas. Es el hombre menos desconfiado, ¿es una calidad? ¿es un defecto? Poco importa; no seria decente ni digno aprovecharse de ello, cuando se vive con el doctor.

Comprendí vagamente que Mr. Wickfield sospechaba de alguno que obraba mal con el doctor Strong.

Comimos, y despues de la comida subimos al salon del primer piso, donde pasamos la noche como la víspera, Inés, poniendo el vino de su padre en la misma mesa y Mr. Wickfield vaciando la botella bien pronto. Antes de servir el té, Inés jugó al dominó con él, y tocó el piano; despues del té, examinó mis libros de clase, y me mostró que tambien ella estaba en una buena escuela. Parece que aun la veo en aquel momento, tranquila, modesta, afable, oigo su voz tan hermosa como plácida; ya empieza á dejarse sentir la dulce influencia que mas tarde debia ejercer tanto poderio sobre mí.

Quiero siempre á Emilia, y no quiero á Inés... no, no es el mismo sentimiento, pero reconozco que la bondad, la paz, la verdad, reinan por todas partes donde vive Inés; al rededor de ella brilla la santa luz de los cristales de la iglesia.

Habiendo llegado la hora de acostarme, Inés se levantó y yo iba á hacer lo mismo que ella... Mr. Wickfield me detuvo :

— Qué tal Trotwood, quereis vivir con nosotros ó ir á estableceros fuera? me preguntó.

— Vivir con vos, respondí sin vacilar.

— ¿Estais resuelto?

— Si consentís y si puedo.

— Hijo mio, nuestra vida es bien monótona, temo que te aburra.

— La misma monotonía tiene para mí que para Inés.

— ¡Que para Inés! repitió yéndose á apoyar contra la chimenea. Y cayó en un sueño que no me atreví á interrumpir, pues creí notar que habia bebido mas que la víspera.

— Sí, casa triste, prosiguió Mr. Wickfield, hablándose mas bien á él que no á mí; vida monótona... pero, ¿cómo separarme de ella?... ¡Ah! el pensar que puedo morir y dejar á mi hija sola... que ella puede morir y quedarme yo abandonado... idea horrible que me mataria si no la ahogase en...

No acabó y durante algunos minutos ocultó sus ojos con la mano; luego irguiendo la cabeza y apercibiéndome, aparentó responder á una pregunta que yo no habia hecho :

— Sí, Trotwood, gracias; os agradezco que vivais conmigo; me dispensareis un favor á mí, á Inés, quizás á todos.

— Os aseguro, le dije, que seré muy feliz en vuestra casa.

— ¡Ah! exclamó estrechándome la mano afeetuosamente, sois un jóven excelente; permaneced aquí mientras seais feliz, y la noche, así que Inés se retire, si quereis aun leer, venid á mi despacho, me complacereis.

Desde aquella misma noche me aproveché del permiso y bajé con él; pero apenas habia abierto un libro, apercibiendo luz en la torrecilla donde trabajaba Uriah, cedí á la fascinacion y fuí á reunirme con él. Hallé allí á Uriah, absorto en la lectura de un gran libro : con su índice parecia seguir cada renglon.

— ¡Cómo trabajais esta noche! le dije.

— No, Mr. Copperfield, me dijo; no velo por el patron.

— ¿Qué leeis, pues?

— Me perfecciono en mis estudios legales; leo la Práctica de Tidd, Mr. Copperfield. ¡Ah! ¡qué hombre tan práctico era Tidd!

La exclamacion del legista llamó no poco mi atencion, pues ella expresaba una admiracion tan profunda por su autor.

— ¿Supongo que á estas horas ya sois un gran legista, Uriah? le dije, atribuyendo á su celo por el estudio, la flacura de su individuo, lo encendido de sus párpados, sus mejillas huesosas y su tinte de espectro.

— ¡Yo! ¡un legista, Mr. Copperfield! exclamó aun. ¡Oh! no soy de una condicion noble para eso. Sé de donde he salido y hasta donde puedo llegar. Mi madre era una pobre mujer y mi padre era de la misma condicion... Mi padre era un sepulturero y me tengo por muy feliz trabajando á las órdenes de Mr. Wickfield.

— Pero no es uno pasante toda su vida, le dije, creyendo que le seria agradable, á pesar de aquella