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DAVID COPPERFIELD.

para dos dias. Tan notoria era la cosa, que los inspectores y los mayores de la primera clase hacian cuanto estaba de su parte para alejar á los mendigos, antes de que estos se encargasen de despojar al buen doctor, á través de la verja, de su dinero y hasta de su ropa. En suma, era un verdadero cordero á quien se podia trasquilar impunemente.

Seguíales gustoso con la vista cuando se paseaban juntos.

Contaban tambien, como una leyenda antigua, y lo creo, pues la he oido mil veces sin contradiccion, que en un dia crudo de invierno el doctor habia dado sus polainas á una pobre, que ocasionó un verdadero escándalo á los alrededores de la catedral, paseando de puerta en puerta un hermoso niño fajado, por decirlo así, en aquellas polainas tan conocidas.

La leyenda añade, que el doctor fué la única persona que se habia olvidado de ellas : viéronle pararse delante de la tienda de un ropavejero de mala nota, que recibia toda clase de ropas en cambio de una copa de licor, examinar con admiracion sus propias polainas, que llegaron allí merced á algun trueque espirituoso, y se propuso recomendar á su sastre que le cortase otras por aquel patron.

Agradaba mucho contemplar al doctor Strong al lado de su jóven y linda mujer. Existia en la expresion de su ternura conyugal una especie de bondad paternal que revelaba un hombre excelente.

Seguíales gustoso con la vista cuando se paseaban juntos por el jardin, á lo largo del emparrado donde maduraban los racimos á los rayos del sol : algunas veces les veia mas de cerca en el salon. La jóven me parecia mostrar mucha solicitud y cariño al doctor, aun cuando no creo que se in-