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DAVID COPPERFIELD.

de Yarmouth y creo distinguir por última vez las luces de la aldea, bogaré mas tranquilo en las aguas de la rada, al pensar que en la orilla alienta un hombre capaz de reemplazarme i mi al lado de Emilia.

Mr. Daniel, en medio de su pantomima, hizo el ademan de un hombre que saluda las luminarias de la ciudad por última vez, y cambiando un signo con Cham, continuó en estos términos :

- Pues bien, le aconsejé que hablase á Emi- lia, y á pesar de ser un mozo como un trin- quete, tenia vergüenza. Así, pucs, tuve que hablar por él.

- ¡Cómo! él, me respondió Emilia, él á quien conozco hace tanto tiempo y á quien tanto quiero! ¡Oh! tio mio, jamas podré casarme con él!

La estreché en mis brazos y la respondi :

- Mi querida Emilia, haced lo que os plazca, pues sois tan libre como el pájaro en el aire.

En seguida dirigiéndome á este le dije :

- Cham, bien sabe Dios que lo hubiera que- rido, pero no es posible : seguid siendo lo que erais antes para ella un hermano, y mostraos hombre.

- Lo haré asi, me replicó, y en efecto hace dos años que la ha mirado como un hermano.

Mr. Daniel Peggoty habia cambiado de fisono- mia, cada vez que lo exigia las diferentes fases de su relato. Al llegar aqui tomó de nuevo su aire ale- gre y triunfante :

- De repente una noche... como quien diria hoy, por ejemplo, llega Emilia de su obrador de costura acompañada de él. Esto no tenia nada de particular, pues á fuer de buen hermano siempre iba á buscarla á la caida de la tarde; pero hé aqui que mi erizo exclama fuera de si:

- ¡Tio mio! mirad aqui la que será mi es- posa.

- Si, tio, si asi lo quereis, añadió Emilia medio resuelta, medio vacilante, y sin saber á punto fijo si debia reir ó llorar.

- ¡Si lo quiero yo, hija mia ! ¿ Pues qué mas puedo descar?

- Pues bien, añadió Emilia, he reflexionado, estoy decidida y creo que seré una buena mujerci- ta, al lado de un marido tan excelente.

Al oir esto, mistress Gummidge se ha puesto á aplaudir á mas y mejor como si estuviese en el teatro... y en el mismo instante llegais vosotros; todo se ha descubierto, así es que Emilia se casará con Cham tan luego como concluya su aprendi- zaje.

Al acabar, Mr. Daniel Peggoty, en medio de la alegría que le animaba, pególe en el hombro i Cham, que, á'su vez, nos dijo tartamudeando :

- No era mayor que vos, Mr. David, cuando vinisteis aqui por vez primera, y ya adivinaba lo que seria un dia : la he visto crecer á mis ojos... como una flor. Por ella daria mi vida, Mr. David... oh! si vierais cual es mi contento y felicidad. Me es imposible decir hasta qué punto la amo! No hay en el mundo magnate que ame mas su dama... por mas que yo sea un rústico y no sepa decir en lindas frases el cariño que la profeso.

Conmovióme el ver aquel jóven gigante tem- blando ante la violencia de sus sentimientos por la encantadora hada que habia cautivado su corazon. Su sencilla confianza, asi como la de Mr. Daniel Peggoty me conmovieron vivanmente. No sé qué parte podian tener en aquel enternecimiento los recuerdos de mi infancia. Habia ido con la idea de que la presencia de Emilia despertaria en mi mi pasion infantina hácia ella?

Dificil me seria afirmarlo ó negarlo, lo único que sé hoy es que hubiera costado no poco trabajo analizar lo que sentia y padecia. Así dejé que ha- blara Steerforth, que respondió al tio y al sobrino con tal acierto, que á los pocos segundos todos fui- mos felices al vernos reunidos.

- Señor Peggoty, dijo, sois un hombre excelen- te y mereceis toda la dicha que teneis esta noche : en cuanto á vos, os felicito, mi querido Cham; per- mitid ambos al amigo de David que os estreche la mano cordialmente; y vos, David, arreglad el fuego y que arda, que es dia de fiesta y júbilo... Pero Mr. Peggoly, es preciso que digais á vuestra ama- ble sobrina que venga y ocupe su sitio al amor de la lumbre. ¿Quć significa un sitio vacio en vuestro hogar en un dia como este? no, no... no quisiera que mi presencia fuera causa de ello por todo el oro de las Indias.

Mr. Peggoty dirigióse, pues, en busca de Emilia á mi antiguo camarote. Al principio Emilia rehusó venir y tuvo que ir á buscarla Cham. Por fin, tio y sobrino consiguieron traerla al lado de la chime- nea, y aunque al principio estaba avergonzada y confusa, no tardó en tranquilizarse así que vió las consideraciones y delicadeza con que la trataba Steerforth, esquivando toda clase de alusion, ha- blando á Mr. Peggoly de navegacion, de pesca, de