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DAVID COPPERFIELD.

venir perfectamente à un jóven pasante de las cá- maras de abogado : habitacion que ofrecian alqui- lar á condiciones razonables, por mes ó por año, segun la voluntad del inquilino.

- Ahí es en efecto, donde debemos buscar, tia mia, le dije encantado de la idea de vivir indepen- diente y libre en mi propia habitacion.

- ¡Pues bien! vamos i verla, replicó mi tia, que se plantó en seguida en la cabeza el sombrero que acababa de dejar.

Nos encaminamos alli; segun indicaba el anun- cio era preciso dirigirse, en el mismo punto, á mistress Crupp, y supusimos que la campanilla del piso bajo comunicaba con la habitacion de mistress Crupp, bien que fuese dueña ó ya solo arren- dataria principal. Al cuarto campanillazo apareció una señora respetable por su corpulencia, con una saya de bayeta y una chaquetilla de mahon.

- ¿Se puede ver la habitacion que alquilais? preguntó mi tia.

- ¿ Para este jovencito? preguntó á su vez mis- tress Crupp, palpándose los bolsillos á fin de cer- ciorarse si llevaba las llaves consigo.

- Si, para mi sobrino, dijo mi tia.

- Perfectamente; será un local encantador para vos, dijo mistress Crupp.

Y tomó la escalera arriba, mostråndonos el ca- mino.

El aposento desalquilado estaba en el último piso de la casa; gran recomendacion para mi tia, pues se hallaba cerca de la puerta de evasion sobre el tejado, en caso de incendio.

Se componia de una antesalita oscura, una des- pensa aun mas oscura, una sala y un cuarto para dormir : el mueblaje, aunque no era de lo mas fla- mante era bueno para mi, y las ventanas caian so- bre el Támesis.

Como yo pareci encantado, mi tia y mistress Crupp pasaron á otro cuarto á discutir el precio del alquiler, mientras que yo me quedé sentado en un sofa de la sala, soñando en la felicidad de habitar aquella noble residencia. Despues de haberse pues- to de acuerdo, no sin haber debatido el precio largo tiempo, volvieron las dos mujeres. La fisonomia de ambas me hizo adivinar con gran júbilo mio que todo estaba arreglado.

- ¿Es el mobiliario del último inquilino? pre- guntó mi tia.

- Si, señora, respondió mistress Crupp.

- ¿Dónde se ha marchado?

Al oir esta pregunta acometióle una tos impor tuna á mistress Crupp, en medio de la cual articulo penosamente esta respuesta :

- Se ha puesto enfermo, ; hum! ; hum! ; hum! y señora mia... hum! ; hum! se ha muerto.

- ¿De qué enfermedad?

- Aquí para entre nosotros, añadió mistress Crupp, de un exceso de bebida y de humo.

- ¿De humo? Tal vez del humo de las chime- neas? preguntó mi tia.

- No, señora, replicó mistress Crupp, del exce- so de humo de cigarros y pipas.

- ¡Ah! exclamó mi tia volviéndose hácia mi, esa enfermedad no es contagiosa, iverdad, mi queri- do Trol?

- Ciertamente que no, respondi.

En una palabra, al ver mi tia cl entusiasmo que tenia por aquel alojamiento, lo alquiló por un mes, con la facultad de conservarlo un año entero si asi me convenia pasado el primer término. Mistress Crupp se cncargaba de proveerme de ropa de cama, etc., asi como lambien de guisar.

- Cuidaré al señorito como si fuera su madre, añadió mistress Crupp.

- Me instalaré mañana, le dije.

- Gracias, Dios mio, que al lin he hallado al- guien por quien tomar interés, exclamó mistress Crupp.

De vuelta à la fonda, mi tia me repitió que es- peraba que la vida que iba á llevar me formaria un carácter enérgico. Segun ella, lo que me faltaba era tener confianza en mi mismo. Reitero mil ve- ees sus recomendaciones, al mismo tiempo que ha- blaba conmigo de los medios que era preciso tomar para que trajesen á Londres mi ropa, y algunos libros olvidados aun en casa de Mr. Wickfield. Es- eribi á Inés una earta muy extensa contándole los detalles de mi escursion á Yarmouth y i Blunders- tone.

Mi tia se encargó de aquella misiva, pues al dia siguiente partió de Londres.

Para abreviar diré que arregló mi presupuestó con su generosidad de costumbre, y que, con igual sentimiento que yo, se marchó antes de que vinic- se Steerforth.

La acompañé al dia siguienie à la diligencia, y al decirme adios, felicitóse de que iba á continuar su guerra contra los borricos.

Al ir á tomar posesion de mi alojamiento de Adelphi, eché una mirada retrospeetiva al pasado :