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DAVID COPPERFIELD.

¡cuántas veces habia errado debajo de los soporla- les de aquellos sitios, triste y solitario, pobre de- pendiente del almacen de Grinby y Murdstone! ¡Desde aquella época, por qué feliz revolucion habia pasado mi fortuna!...

XXIII
MI PRIMER EXCESO.


¡Qué cosa tan buena tener, para mi solo, aquel palacio colocado tan alto, y experimentar al cerrar la puerta, lo que debió sentir Robinson Crusoe cuando se vió en su fortificacion y tiró la escalera detris de si!

¡Qué felicidad el pasearme por la capital, lle- vando en el bolsillo la llave de mi casa, y saber que podria convidar á cualquiera á que viniese, se- guro de no disgustar á nadie como me agradase á mí!

¡Qué felicidad poder entrar y salir, ir y venir, sin necesidad de decir á nadie : «Entro ó salgo; voy á tal ó cual parte!» Y qué felicidad poder lla- mar y que subiese mistress Crupp, como un génio que mis órdenes evocaba de las entrañas de la tier- ra, cuando necesitaba de ella !... Si, todo esto era sumamente hermoso, ¡muy hermoso para un jóven emancipado del colegio hacia poco! pero tambien debo confesar que habia momentos en que todo esto era sumamente enojoso.

Era hermoso por la mañana, sobre todo si el cielo era puro, si el sol brillaba en el horizonte de mi ventana; era hermoso á la luz del dia, á los rayos del sol alli podia soñar una vida feliz de libertad, de frescas sensaciones; pero cuando huia el dia, la vida parecia huir tambien; no sé cómo se efectuaba esto, pero el caso es que no sentia las mismas emociones à la luz artificial.

Entonces tenia necesidad de alguien á quien ha- blar; sentia que ya no se hallaba Inés á mi lado; hallaba un vacio horrible en vez de aquella dulce confianza. Pensaba en mi predecesor que habia muerto de resultas de la bebida y del tabaco; le hubiera agradecido que no se dejase morir y que no me importunase con su recuerdo.

Al cabo de dos dias y dos noches, me pareció haber vivido un año en aquel alojamiento... y sin embargo, no habia envejecido de una hora, y me veia lan atormentado como siempre por mi excesiva juventud.

Como aun no habia venido Steerforth, lo cual me hacia temer que estuviese enfermo, al tercer dia sali temprano de la oficina de Doctors' Com- mons y me llegué hasta Highgate paseándome. Mistress Steerforth mostró gran contento al ver- me, y me dijo que su hijo habia ido con un amigo suyo de Oxford, á casa de otro que vivia cerca de San-Albans, pero que le esperaba al dia siguiente. A decir verdad, tuve celos de sus amigos de Ox- ford.

Insistió para que me quedase á comer y acepté. Se me figura que el resto del dia se pasó en hablar de Steerforth. Conté á su madre que en Yarmouth se habia captado las simpatias y el cariño de todo el mundo.

Miss Dartle me dirigió veinte preguntas miste- riosas, al mismo tiempo que tomaba un vivo inte- rés por todo lo que habiamos hecho en aquella es- cursion. Tantas veces me preguntó : «Efectivamen- te, ¿es esto ó lo otro?» que supo de mi cuanto queria saber.

En cuanto à la parte fisica la hallé tal y como la he descrito, pero la sociedad de las dos mujeres era sumamente agradable, y me acostumbré de tal modo, que casi luve conatos de enamorarme. No pude menos de repetirme de vcz en cuando, du- r'ante aquella noche, y en particular cuando volví solo á Lóndres, que miss Dartle seria para mi una deliciosa compañera en mi alojamiento de Buckin- gham.

Por la mañana antes de ir al estudio de Mr. Spenlow, mientras tomaba mi café, - y bueno es decir de paso que mistress Crupp tomaba café en abundancia... aunque poco fuerte,-Steerforth en- tró en mi casa con gran contento mio.

- Mi querido Steerforth, exclamé, ya empezaba ti ereer que no os veria.

- Me he dejado arrastrar por la fucrza de las cireunstancias, me respondió; al dia siguiente que llegué á mi casa, vinieron á buscarme... Pero, á propósito, amigo mio, teneis un alojamiento en- cantador.

Le enseñé todo cel alojamiento, sin olvidarme de la despensa, y alhagó mi orgullo de inquilino e- contrándolo á su gusto.

- Amigo mio, añadió Steerforth, quiero hacer