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DAVID COPPERFIELD.


Me reuno en la huerta con mi mamá.
mingos. Aunque esta habitacion es mayor que la otra, no es tan cómoda, y para mi reina en ella una especie de lúgubre tristeza, pues Peggoty me ha contado que cuando los funerales de mi padre se vió llena con tanta gente como vino, vestida de luto, para acompañar su ataud.

Tambien en esta sala, cierto domingo por la noche, mi madre nos leia, á Peggoty y á mi, la resurreccion de Lázaro entre los muertos : me asusté tanto, que al cabo de algunas horas se vieron obligadas á sacarme de la cama y enseñarme desde la ventana el cementerio con todos sus muertos acostados tranquilamente en sus tumbas iluminadas majestuosamente por la luna.

No conozco nada tan verde como el cesped de este cementerio, ni arboledas mas sombrías que las suyas, ni calma igual á la de las losas de los túmulos. Allí se apacenta el ganado, y cuando por la mañanita me pongo de rodillas en mi cama para ver los corderos, distingo el primer rayo de sol que proyecta su reflejo en la esfera solar y me pregunto :

— ¿Estará alegre la esfera cuando marca aun las horas?

Mas allá se encuentra el banco de la iglesia, un banco con un respaldo alto, colocado junto á una de las ventanas bajas, desde donde se puede ver nuestra casa durante el servicio, lo cual explica la costumbre de Peggoty que miraba frecuentemente hácia aquel lado para cerciorarse de que no hay ladrones ni fuego. Pero aun cuando ella mira á uno y otro lado, se enfada si yo vuelvo la cabeza y me hace señas para que no separe la vista del ministro que oficia. No puedo mirarle continuamente porque le conozco bastante con sobrepelliz ó sin ella, y de cuando en cuando me echa unas