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DAVID COPPERFIELD.

hiciese creer que era bueno para algo, queria su- plicar á Traddles que me ayudase. Le habia preve- nido de todo por una carta, à la que él respondió como un verdadero amigo.

Le encontramos entre papelotes, alentado con la vista del jarron de Sofia y de la mesita, coloca- da en un rincon del cuarto.

Su reeibimiento fué cordial, y Mr. Diek, al cabo de algunos momentos, era uno de sus buenos ami- gos, tanto mas cuanto pretendia haberlo visto an- tes de entonces, cosa que confesamos que podia ser muy bien.

Queria principalmente consultará Traddles sobre el modo de utilizar algunas horas del dia, taqui- grafiando los debates del Parlamento para un pe- riódico diario.

Traddles me dijo, como resultado de su pro- pia experiencia, que salvas raras escepciones, la laquigrafia era un arte cuya dificultad cquiva- lia á aprender seis lenguas, y que exigia años enteros de un trabajo asiduo.

- Gracias, Traddles, le dije, empezaré mañana.

Traddles se quedó un tanto sorprendido ante una declaracion semejante.

- Mi querido Copperficld, replicó, jamás os hubiera creido de un carácter tan resuelto.

Compraré, añadi, un libro elemental, y me ejercitaré en el tribunal de Doctor's Commons. Espero lograr lo que intento. Hablemos ahora de otra cosa. ¿ Qué podria hacer Mr. Dick?

- Mirad, Mr. Traddles, añadió este, si solo pudiera ejercitarme, tocaria el tambor ó la trom- peta.

El pobre diablo hubiera preferido, en efecto, esta ocupacion á cualquiera otra.

Traddles, que sabia admirablemente conservar su sangre fria, le respondió gravemente:

- Mr. Dick, creo que teneis una letra muy buena... Copperfield, sois vos quien me lo ha dicho?

- Una letra preciosa, repliqué yo, y era ver- dad.

- Pues bien!querriais copiar, si yo os facili- fase trabajo?

Mr. Dick me miró con aire de duda y me dijo suspirando :

- Hablad de la memoria, mi querido David. Expliqué, pues, á Traddles, lo dificil que era excluir al rey Cárlos de los manuseritos de Mr. Dick.

- Pero, notó Traddles, los documentos que os darian á copiar estin redactados. Mr. Dick no tie- ne que añadir ni quitar nada. En todo caso, ¿no podria probar?

Era, con efecto, una diferencia, y, mientras que Mr. Dick se mordia el dedo pulgar, mirando- nos con aire ensimismado, Traddles y yo conce- bimos el siguiente ingenioso plan.

Pondriamos encima de una mesa el documento que habia de copiar y sobre otra la eterna memoria al lord canciller. Mr. Dick copiaria el documento exactamente, hasta que no pudiese resistir la ten- tacion de lanzar una alusion al rey mártir, en cuyo caso pasaria de una á otra mesa, y eederia à la tentacion sobre la memoria.

Semejante expediente salió bien bajo la vigilan- cia de mi tia, hasta tal punto, que al acabar la se- mana, Mr. Dick habia ganado nueve chelines y seis peniques.

Jamas olvidaré la triunfante alegria con que ofreció á su bienhechora el precio de su trabajo.

- No hay que temer morirse de hambre! ex- clamó, me encargo de atender à todas las necesi- dades.

Traddles se hallaba presente á aquella explosion de enlusiasmo, que le causó casi tanto placer como a mi.

- Es preciso, me dijo, que os comunique la carta de otro amigo que se cree tambien en carre- ra de hacer una gran fortuna.

Sacó de su bolsillo una carla, cuyo estilo decia de quién era; la firmaba Mr. Micawber, y anun- ciaba con su énfasis de costumbre, que iba a co- menzar una nueva existencia, en un nuevo teatro. Principiando asi, cualquiera hubiera creido lo me- nos, que se iba á marchar al Nuevo-Mundo. Esta- ba á punto de ir á establecerse á una de las anti- guas ciudades de la gloriosa Gran Bretaña, donde la sociedad se componia de una mezcla de elemento agricola y clerical. Mistress Micawber y su ilustre progenitura le acompañaban.

« Nuestras cenizas, añadia, se hallarán proba- blemente al cabo de los siglos en la necrópolis del venerable templo, uno de los monumentos mas augustos de la arquiteetura celesiástica, y cuyo renombre corre de la China al Perú. En un teatro semejante, quizás por fin la Providencia, acordan- do á toda la familia la reparacion de sus pasadas desgracias, destina á su jefe para que se siente en el puesto mas elevado de la magistratura; á uno