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DAVID COPPERFIELD.

de los hijos á vestir la mitra; à una hija, la ma- yor, - vivo retrato de la madre,i casarse con un rico hacendado: »

En prosa lisa y llana, Mr. Micawber se narcha- ba á vivir á Cantorbery; un anuncio que Mr. Mi- cawber habia hecho insertar en los periódicos, ofreciendo su pluma á un hombre de negocios, habia caido en manos de Uriah Heep.

Este le tomaba como primer pasante, y tenia la pretension que su hijo siguiese la carrera eclesiás- tica, ó al menos que se le admitiese, por su buena voz, entre los seises de la Catedral. ¿Cuántos ean- cilleres y prelados habian empezado desde mas bajo? Asi, se aprovechaba de la generosidad de su amo, para renunciar al seudónimo y tomar el nombre de Micawber, destinado quizas á ser céle- bre. Uriah Heep,-le reconocia en aquello, -se sustituia á los acreedores de su pasante, para le- nerle bajo su dependencia.

« Seria indigno de mi muevo porvenir,-así acababa la carla de Mr. Micawber,-si, una vez que he cumplido con mis otras obligaciones, no correspondiese con mi servicial inquilino y amigo, Tomás Traddles; asi, pues, adjunto hallará un pa- garé de cuarenta y una libras, once peniques, im- porte de dos letras de cambio que en olra ocasion tuvo la bondad de endosar, y de las cuales, la pri- mera le expuso á un embargo asi que llegó el ven- cimiento. »

La carta contenia tambien las protestas de la mas leal afeccion, y cariñosas expresiones para mi... Creo, en verdad, que Mr. Micawber me que- ria verdaderamente, cosa que me habia probado, no pidiéndome nunea dinero prestado. No hubiera tenido bastante valor para negáirselo, si me hubicse pedido una cantidad que hubiese estado á mi al- cance. Pero ;ay! ¿por qué Traddles no le inspiraba i aquel tipo, un afecto menos desinteresado?...

XIII
UN CHORRO DE AGUA FRIA.

Hacia mas de quince dias que llevaba una vida completamente nucva, sin haber visto á Dora, que habia regresado á casa de su padre, y á quien es- cribi por todo consuelo (siempre por mediacion de miss Julia Mills ), participándole que tenia mu- chas cosas que comunicarle asi que nos viésemos. Mientras tanto concentré todas mis fuerzas para lo- grar el objeto que me habia propuesto. Cada dia meditaba un uevo sacrificio y me imponia nuevas privaciones; hasta tal punto, que traté de acostum- brarme á una alimentacion vegelal, a pique de descender á la categoría de los animales herbi- voros.

Nos hallábamos perfectamente instalados en mi alojamiento de la calle de Buckingham, donde Mr. Dick continuaba haciendo copias con una manse- dumbre evangélica. Mi tia obtuvo una señalada vietoria sobre mistress Crupp, arrojando por la ventana el primer cántaro que ella habia puesto en las escaleras para hacerla cacr, y tomando á su servicio otra criada que sustituyese á Peggoty, que habia regresado á Yarmouth.

Medidas tan extraordinarias aterrorizaron á mis- tress Crupp, hasta tal punto, que se refugió en su cocina, en la perstiasion de que mi tia era loca. Mi tia, muy indiferente acerca de la opinion que mistress Crupp ó cualquiera otra persona pudieran lener de ella, y no disgustándole que tuviesen se- mejante idea, acabó de aquel nmodo por derrotar complelamente al enemigo, que no se atrevió á salir mas á las escaleras, y que se ocultó detrás de la puerla asi que nosotros abriamos la nueslra. Semejante triunfo divirtió no poco a mi tia, para quien era un gusto meler miedo á mistress Crupp, que no siempre se csquivaba à tiempo.

Mi tia, mujer ingeniosa y de una limpicza muy grande, estableció lales mejoras en muestro inte- rior doméstico, que parecia que me volvia mas rico en vez de haberme arruinado. Entre otras in- renciones, convirtió la despensa en cuarto de toca- dor, y encargó para mi uso particular una cama, que durante el dia parecia ma biblioteca, es decir, en cuanto una cama puede asemejarse á un arma- rio; yo era el objeto de su constante solicitud, y ni mi pobre madre, á haber vivido, se hubiese ocu- pado de mi mas cariñosamente.

Peggoly habia considerado como un precioso privilegio que se le admitiese á tomar parte en aquellos arreglos. Por mas que no hubiese perdido del todo el temor que le inspiraba mi tia en otro tiempo, habia reeibido de ella tantas prucbas de aliento y confiamza, que eran las mejores amigas del mundo. Pero llegó el momento en que mi