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DE MADRID A NAPOLES

Con que hénos ya caballeros en los mulos.—Asi atravesamos el pueblo, cuyos moradores empiezan á discurrir por las calles tapizadas de hielo y escarcha, y nos dicen buen viaje con la mayor cortesía.

Entre las rollizas muchachotas que se asoman á las puertas, hay algunas tan blancas y tan rosadas como una aurora en la nieve; pero no encuentro por ninguna parte á Linda, ni cosa que se le parezca...—Bien es cierto que debe de haber envejecido.

A poca distancia de nuestro hotel, pasamos un rio por un puente de madera.

Este rio es todavia el Arbe... Pero no ya aquel Arbe potente y devastador que conocimos ayer, sino un riachuelo alegre, inofensivo y bullicioso como un Sardanápalo en mantillas.

Luégo atravesamos unas estensas praderas y llegamos al pié del Montavert, formidable mole de seis mil piés de elevacion, á cuya cumbre nos proponemos llegar, para caer desde allí en la Mar de Hielo.

La ascensión al principio no es penosa, pero sí arriesgada, en atencion á que ha nevado ultimamente, y á que hoy el sol ha de calentar bastante, lo que podrá dar por resultado que haya desprendimientos ó aludes;— ¡y este es precisamente el camino que siguen muchos de ellos!

Reparad, si no, en estos colosales abetos que nos cercan, y encontra— reis muchos tronchados como débiles cañas... Reparad en esas peñas removidas de sus antiguos cimientos... Reparad en aquellas calles abiertas entre los bosques de pinos...—Pues todo eso lo han hecho las avalanchas, procedentes de la altísima Aguja de Charmoz.

La senda se va haciendo cada vez más angosta y escarpada. El mulo encuentra apenas una estrecha y sinuosa cornisa en que sentar los pies. Ya no falta nunca un hondo precipicio á nuestra izquierda..... Si al pobre animal se le fuera un pie, ó si cediese Cualquier pedrusco de los que elige para apoyarse, nuestra humanidad hecha pedazos aumentaria el largo catálogo de los viajeros que han pagado con su vida el amor á los grandes panoramas.—Y hay tanto mas motivo para pensar en esto, cuanto que los guías nos han dicho ya «que los que se dedican á su oficio acaban casi siempre por ser víctimas de él.»

—¿Ve usted aquel pico? nos indicó uno. Pues allí murió mi padre acompañando á unos ingleses. Se le fué un pie en el hielo... y... como si no hubiera nacido nunca!

—A mi hermano lo aplastó una avalancha, añadió otro.

—Yo me he caido ya una vez, dijo el tercero; y mi fortuna fue que la nieve era reciente y no se habia helado... De lo contrario, no lo contaria ahora fumándome esta pipa.

Y entre tanto, los mulos se portaban como tales: quiero decir, que procuraban ir siempre por el sitio mas peligroso, arrimados á los mismos bordes de los despeñaderos, y desatendiendo tercamente toda insinuacion juiciosa, por cariñosamente que se les hiciera.