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DE MADRID A NAPOLES

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cabeza, teñidas de oro y rosa por el agonizante crepúsculo, eran las mismas con que habia soñado cuando niño, al leer la Historia de Napoleon, ó al ver en el teatro de mi pueblo la comedia de gran espectáculo, titulada: Los perros del Monte San Bernardo.

Napoleon pasó el San Bernardo en mayo de 1800 con los treinta mil hombres que vencieron en Marengo y en otros cien combates. Entonces apenas habia camino por esta parte de los montes, y la osadía del gran capitan llenó de asombro al mundo.—Hoy es ya la empresa mucho más fácil; pues desde mayo hasta setiembre se atraviesa en coche la cumbre del San Bernardo.

En cuanto á mí, venia ya de hacer ascensiones muy más penosas y arriesgadas que las de este tan famoso monte, y aún me esperaba la del Simplon, que, al decir de muchos viajeros, las supera á todas en grandeza y hermosura.—Sin embargo, tienen tal influencia en nuestra vida las primeras impresiones de la infancia, que el San Bernardo me inspiraba más respeto y miedo que la misma cadena del Mont-Blanc:

Ya era muy de noche cuando entramos en Martigni...

Por cierto que el pito del camino de hierro que pasa por esta ciudad y que recorre casi todo el valle del Ródano, resonó en aquel instante en nuestros oidos como una regalada música...

¡Considerad que llevábamos dos dias de viaje en mulo!

Martigni, silla episcopal del Valais, no encierra nada de particular, fuera de sus renombrados cretinos.

Los cretinos (á quienes ya hemos aludido una vez al hablar del goitre ó papera que tanto abunda en Saboya) son unos desventurados hijos de Dios, afectados de una doble enfermedad moral y material, endémica de este canton suizo y de algunos otros húmedos y profundos valles de Europa.

Yo no podré decir qué es mas deforme en los cretinos, si el alma ó el cuerpo. Su idiotismo raya en embrutecimiento, en estupidez: apenas hablan algunas palabras incoherentes: de sus cinco sentidos sólo la vista goza de completa percepcion: andan vacilantes y penosamente como si estuviesen catalépticos ó dominados por la embriaguez: cuando cambia el tiempo, sufren horribles convulsiones y dolores de huesos, que los ponen á las puertas de la muerte, y su única, perpétua y delirante aficion es un desenfrenado apetito sensual.

La montruosa figura de estos desgraciados presenta dos tipos diferentes, pero á cual más repugnantes— Unos son de pequeña estatura, cabeza ancha y mal configurada, píernas estevadas y muy cortas, quebrada cintura y escasísimo cuello.—Otros son estraordinariamente altos y endebles, muy zambos, con el cráneo estrechísimo, el cuello crecido y delgado, los brazos largos, y la cabeza caida hácia adelante.—Unos y otros tienen de comun una carne muerta, fofa, de color terroso y surcada de arrugas que se cruzan en todas direcciones; una boca entreabierta de la que fluyen