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DE MADRID A NAPOLES

asquerosas babas; unos ojos pequeños, hundidos, llenos de inbecilidad y de lujuria; los dientes afilados; las barbas ralas y enfermizas, brotando en inconexos mechones; una enorme papera; la nariz aplastada; la raiz del pelo próxima á las cejas, y un prematuro sello de senectud en toda la fisonomía.

Vestid ahora á estos hombres con el trage habitual de los paisanos del Valais (ancho pantalon de pana, casaquilla corta, chaleco de paño encarnado, una gran corbata ó pañuelo de-vivísimos colores, y una ridícula cachucha) , y decidme si concebis nada más grotesco, más estrambótico, más horrible !

Viendo á aquellas espantosas criaturas, se comprenden todos los cuentos de trasgos, gnomos, duendes y martinicos de la mitología de las viejas...—A mí me daban miedo. d

Diré, para concluir, que el cretinismo se atribuye por unos á exceso de greda en la composicion del terreno; por otros, á falta de iodoii, y, por la generalidad, á crudeza de las aguas.—Ello es que esta enfermedad, ó lo que sea, despues de haber afligido el Valais desde una época inmemorial, y á veces hereditariamente, ha empezado á extinguirse de algun tiempo á ésta parte, á tal punto, que apenas se encuentra ya en él un cretino menor de veinte años.—Los médicos se explican este fenómeno por el mayor aseo y aumento de comodidades y recursos que la civilizacion ha introducido en la comarca.


Aquella noche dormimos en Martigni, y á la mañana siguiente salimos con el primer tren para Sion, á donde llegamos en menos de una hora.

Esta Sion no es la de Tierra-Santa, ni tampoco la Sion Etérna (que á todos os deseo), sino pura y simplemente la cabeza del canton del Valais.

Vista de lejos, es una graciosa ciudad, coronada por dos venerables castillos, que dominan todo el Valle del Ródano ,—del cual es Sion altiva soberana.

Vista por dentro, llama más la atencion del viajero á causa del silencio que reina en ella, de la triste severidad de los edificios, del reposo en que viven sus habitantes, y de no sé qué aire solemne, contemplativo, filosófico, que se advierte en todas las cosas.

Y es que en Sion empieza verdaderamente la Suiza alemana. Cierto que la mayor parte de la gente habla todavía francés; pero la raza tiene mas de sajona que de latina.—¡No hay más que ver aquellas caras tranquilas, aquel andar sosegado de los transeuntes, y aquel fumar y pensar de los bebedores, agrupados silenciosamente en torno de un océano de cerveza y envueltos en una atmósfera de humo!

La ciudad no encierra arriba de tres mil almas, y nosotros la recorrimos varias veces en todos sentídos, buscando un carruaje que nos condujese á Brig, en donde pensábamos hacer noche.

Eran las diez de la mañana, de una hermosa mañana rica de sol, y