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DE MADRID A NAPOLES

en cuantas calles penetramos,—casi todas desiertas, —oimos resonar más de un piano al través de las celosías de los balcones.

No sé por qué, aquella música matutina me hizo envidiar la vida de los habitantes de Sion y suspirar por una paz y una dicha de que acaso carecen tambien ellos...

Son melancolías de caminante, que no nesecitan explicacion.

A eso de las doce salimos para Brigg en una carretela descubierta, más adecuada á un paseo que á un viaje.—Bien es verdad que el camino era escelente.

Pasamos por Sierre, pequeña ciudad , más alemana aún que Sion, y asiento de la nobleza del Alto-Valais.

Tambien allí se oian acordes de piano en todas las calles que recorrimos...

¡Ah! ¡las alemanas!—Si las alemanas son efectivamente como yo me las figuro, ó como me las han hecho adivinar los libros y los viajeros, es una verdadera desgracia para mí el no haber estado nunca en Alemania...

Formando en la imaginacion novelas sobre este tema, tomamos en Sierre un vaso de cerveza, oimos tocar un vals de Straus á la vecina (ó al vecino) que vivia en frente de la casa de postas, y proseguimos nuestro viaje, lamentando yo con todas las fuerzas de mi alma no vivir y morir en aquella ciudad ,—como pocas horas antes habia lamentado no habitar en Sion, y como debia de lamentar todavía muchas veces no haber nacido en otros varios pueblos...

Verdaderamente, yo quisiera vivir á un mismo tiempo en todas partes.—Lo demás no es vivir.


Despues atravesamos una selva muy oscura, célebre por los muchos bandidos que ha albergado, y por el combate heróico que los suizos sostuvieron en ella, defendiendo su Tila contra los ejércitos republicanos de Francia.

Al salir de aquella selva nos encontramos en Finges, pintoresco pueblecillo en que ya no se habla sino aleman.

Habíamos pasado la vaga frontera de los dos idiomas que se enseñorean de la independiente Suiza.

Tambien hacia algun tiempo que habíamos penetrado en tierra católica...

En Finges mudamos tiro y seguimos adelante.

El pais que recorríamos era amenísimo. Las mantañas aparecian cultivadas hasta una increible altura, y en ellas, como en el valle, se notaba ála sazon un gran movimiento agrícola, al que no eran extrañas las mujeres.

El trage de estas es allí muy semejaste al de las judías de Tetuan en