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DE MADRID A NAPOLES

ra.—La oficialidad de esta compañía comió con nosotros en primera Cámara: la tropa hizo su rancho sobre cubierta.

Vivaqueaban también allí unos veinte judíos, con sus estrambóticos trages y miserables rostros.

En otro lado callaban y no comían siete mahometanos, vestidos á la tunecina.

Por último, la Cámara de proa venia atestada de Hermanas de la Caridad, que se dirigían á cumplir su sagrada misión en los nuevos combates que iban á ensangrentar la Italia.

Toda esta gente formaba un pintoresco, singularísimo cuadro, que me traía á la memoria mi vida de Tetuan, ó sea los inolvidables espectáculos del segundo periodo de nuestra Guerra de Africa...

Hartado que me hube de contemplar aquel poutpourri humano, bajé á mi camarote y me dormí tranquilamente, confiando en que el capitán del buque, el piloto y el timonel no se dormirían por su parte.

Al día siguiente, cuando subí sobre cubierta, divisábanse todavía en lontananza costas españolas, las cuales ya delineaban sobre el cielo altísimos picos, ya adelantaban dentro del mar recios promontorios...

Era el litoral de Cataluña.—Todas las miradas se lijaron en aquellas remotas apariciones. Calculábase que estábamos enfrente de Barcelona, y la opulenta Ciudad de los Condes bien se merecía un respetuoso saludo de parte de la marítima caravana.

Tenia yo el remordimiento de salir por tercera vez de España sin conocer aquella gran capital; pero, siquiera entonces, y con ayuda de un anteojo, la columbré á lo lejos, reclinada en el formidable monte y bañada por las olas...

Luego se levantó del mar el Pirineo, cuya azulada mole, coronada de brumas, me infundió veneración y respeto, y despertó en mi alma recuerdos inmortales...—¡Aquel era el viejo antemural de España, en que se estrellaron tantos insignes conquistadores!—El poema de nuestra Independencia, escrito con sangre de cien y cien generaciones, acudió, pues, entero á mí memoria...—¡Cuántas veces, cuántas, vinieron sobre nuestra tierra, ya por el Septentrión, ya por el Mediodía, verdaderas mundaciones de guerreros, como un mar que quisiera sumergirnos!... Y desde Sagunto hasta Roncesvalles, desde Covadonga hasta Zaragoza, ¡qué lucha de titanes por defender la nacionalidad y el nombre de españoles! ora durase la guerra seis años, como la sostenida con Napoleón; ora ocho siglos, como la mantenida con los árabes, el resultado fue siempre el mismo; nuestra victoria y nuestra emancipación. ¡Ni un solo instante transigimos con el extranjero! ¡Ni un solo día yació en el ocio nuestra espada!

¡Qué diferencia entre nosotros y aquellos pueblos de Italia que yo iba á visitar; que pasan ó han pasado años y años bajo el yugo del invasor, subordinando su espíritu á la ley de la fuerza, comiendo y bebiendo sobre