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DE MADRID A NAPOLES

el cadáver de la pátria, y esperando ó llamando á gritos extraña ayuda para sacudir sus cadenas!— ¡Ah! yo no concibo nunca que se obligue á nadie á ser lo contrario de lo que esté en su conciencia ó en su voluntad. El alma humana es impenetrable, inaccesible, independiente, y toda la sangre de nuestras venas debe correr en defensa de sus sagradas prerogativas. La vida es la garantía del honor. Antes debe terminar la una que menoscabarse el otro. Potius mori quam fædare.

Pensando en estas y otras cosas por el estilo (pues el mar inspira siempre pensamientos grandes), pasé el resto del dia y vi llegar las sombras de la noche.

Ya habiamos dejado atrás el Cabo de Creux y entrado en el temido Golfo de Lyon... Es decir: ya estábamos fuera de los mares de España: ya no era extranjero el Vapor Philippe Auguste: ¡el extranjero era yo!

Tal circunstancia y la oscuridad del nublado cielo conturbaron mucho mi espíritu durante esta segunda noche de navegación.—No pude dormir, pues, y la pasé toda sobre cubierta.—Allí, apoyado en una banda del buque , veia deslizarse bajo mis ojos enormes masas de agua, que no despertaban ninguna idea en mi imaginación, y que comparaba á veces, cuando su monotonía llegaba á fatigarme, á las densas turbas de personas desconocidas que encontramos en los paseos públicos, ó á ciertas largas séries de dias de nuestra vida, desprovistos de placeres y de dolores, que no dejan huella alguna en nuestra existencia.

Por último: á las diez de la siguiente mañana vimos alzarse por la parte de proa unas rocas amarillentas, que después se fueron enlazando por medio de líneas verdes ó de suaves ondulaciones de montecillos azules...

Llegábamos á Francia: estábamos á la vista de Marsella.

A las doce penetramos en el bosque de mástiles que puebla hace muchos siglos su anchuroso Puerto.—El Philippe Auguste eligió su sitio en medio de aquel laberinto de buques de todas las naciones del globo, y echó el ancla.

¡Oh tristeza infinita! ¡Iba á desembarcar en tierra extranjera!

Os dispenso, lectores, de participar de las dos horas de vejámenes y molestias que son inherentes á un desembarco en condiciones semejantes. Vuestra admisión y la de vuestras maletas van acompañadas, en Francia como en España, de tales investigaciones, interrogatorios y registros, de tantos plantones y compases de espera, y del contacto y comunicación con tales gentes (las mismas en todas partes), que os hace abominar de la máquina social, si han de moverla siempre resortes tan abigarrados y groseros como las aduanas y la policía.

Lo que sí os referiré, á modo de muestra del carácter francés, es un ligero pero significativo lance que me aconteció al recobrar mi libertad y la propiedad de lo que era mio.

Estaba yo admirando una vez más (pues no era aquella la primera vez