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DE MADRID A NAPOLES

Se acercaban las doce. De todos los pueblos esparcidos en una y otra ribera, llegaban á nosotros claras y vibrantes las voces de las campanas que llamaban á misa. Hacia calor. La comarca entera rebosaba placer y regocijo. Todos los pescadores cantaban. Todos los pasajeros reian. Sólo callaban, mirándose, las parejas de enamorados que cruzaban acá y allá los cristales del lago sobre ligeras barquillas, recordándome á las palomas que vagaban libres por los bosques perfumados de Isola Madre.

¡Inolvidable mañana!... El recuerdo de tu sol, de tu alegría, de tus inefables encantos, vivirá siempre en mi alma como un perdurable crepúsculo...

Llegamos á Isola Bella.

En aquel instante dieron las doce.

La plegaria del Ave-Maria resonó en todos los campanarios de los innumerables pueblos que bordan la márgen del lago y las faldas de los montes.

Parecia que la naturaleza misma entonaba un himno á la Reina de los cielos.

La solemne emocion que nos produjo aquel concierto triunfó de la mucha hambre que teníamos.

—¡ A dónde vamos” ¿Al hotel? nos preguntó el pescador, amarrando la barca y preparándose á servirnos de Cicerone. —No tal, respondimos heróicamente. Vamos primero á misa.

Isolla Bella puede dividirse en dos partes. La una ocupada por el vasto palacio y magníficos jardines de los condes Borromeo, y la otra cedida al público, que tiene en ella una especie de ciudad, con su iglesia, su hotel y su mercado.

En la iglesia habria unas cincuenta personas oyendo misa.

La mayor parte eran mujeres. q

Entre estas las habia con mantilla, al modo de nuestro país.

Eran las avecindadas en la isla.

Otras llevaban sombreros medio húngaros, medio calañeses.

Eran damas de Turin y de Milan.

Algunas se paseaban viendo los cuadros y los altares sin prestar atencion á la ceremonia.

Eran touristes inglesas.

Las pescadoras se distinguian por sus talles largos y esbeltos, por su cabeza adornada de flores, y por sus corpiños negros y sayas azules ó encarnadas.

Despues de la misa, fuimos al Hotel del Delfin, en el que ya nos esperaba el almuerzo, en virtud de aviso de nuestro Cicerone.

La mesa se hallaba colocada en un balcon, cuya vista sobre los jardines y sobre el lago era sorprendente.

El sol bañaba el limpio mantel y los apetecidos manjares; un ramo de flores y una soberbia pirámide de frutas adornaban la mesa... y á esto