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DE MADRID A NAPOLES

suavemente, y sobre su brillante superficie trazaban largas estelas mil y mil pequeñas embarcaciones, que se dirigian á los puntos en que debia tocar el Vapor. Cerca de nosotros, un grupo de guardias nacionales hablaba de política en la armoniosa lengua italiana. No lejos jugaba y alborotaba un gracioso escuadron de muchachos. En los balcones del Café y de una Fonda vecina veíanse algunas elegantes inglesas y extravagantes ingleses, que debian de embarcarse con nosotros. En otro lado cantaban millares de pájaros en una hermosa arboleda tendida á lo largo de un magnífico camino, que no era sino la continuacion de la carretera que habíamos nosotros abandonado en Baveno la noche antes. En una casa próxima sonaba un piano, que tocó sucesivamente el himno de Garibaldi, cierta cancion tirolesa, muy repetida por los organillos en las calles de Madrid, y el coro de guerreros de la Norma.—Todos estos ruidos, y las campanas de la iglesia de Stresa, acordadas musicalmente, formaban un concierto, una gran voz, un acento jubiloso y prolongado, que murmuraba en mis oidos esta sola palabra mágica, llena de promesas para mi imaginacion:— «¡Italia

Todo, todo era amor, todo belleza, todo alegría...—Yo buscaba en torno mio algo que me hablara de guerra, de muerte, de excomunion; de sobresaltos, de peligros, de lágrimas, de lutos, de ruinas, de temores, de remordimientos..., y por donde quiera que miraba sólo veia placer, tranquilidad, regocijo, bienestar y confianza.

A las tres llegó el Vapor en frente de Stresa; recogiónos á los muchos viajeros que lo esperábamos, y siguió su marcha al Sur.

Diez minutos despues pasábamos por delante de una punta de la ribera lombarda, poco distante allí de la ribera piamontesa.

Sobre aquella punta se levanta una fortificacion, cuyo nombre nos recordó otros lugares muy remotos.— Llámase Anghera, como el boquete de Sierra-Bullones, por donde los moros atacaban nuestro Campamento del Serrallo.

Pero toda nuestra atencion estaba ya fija en la famosa Estatua colosal de San Cárlos Borromeo, que habiamos descubierto á poco de entrar en el Vapor, y que, á medida que nos acercábamos á Arona, iba desarrollando á nuestros ojos su desmedida corpulencia.

Este monumento , célebre á un mismo tiempo por su grandeza y por su grandor, se eleva sobre un monte frondosísimo, á cuya falda se recuesta cariñosamente Arona.—La estatua representa al Santo en actitud de bendecir á esta ciudad (que fue su cuna), el Lago en que se mira y los risueños campos que la rodean...—El pedestal tiene cuarenta pies de altura, y la estatua sesenta y seis.—La cabeza y las manos son de bronce, y el resto del cuerpo de cobre forjado.—El interior es hueco, y, aunque con mucho trabajo, pueden subir los curiosos hasta la cabeza, trepando por los pilares de piedra que Ja sostienen.—Una vez arriba, las aberturas de los ajos sirven de balcones, desde los cuales se disfruta una magnífica