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DE MADRID A NAPOLES

frailes que habíamos dejado paseándose en el compás, se hallaban rodeados de hombres, mujeres y niños, que les mostraban sucesivamente la boca abierta, después de lo cual unos penetraban en el convento y otros se marchaban desconsolados.

Preguntamos á un rapaz la significacion de aquello, y entonces supimos que de tiempo inmemorial los Capuchinos del Monte ejercen caritativamente el oficio de saca-muelas.

— ¿Y las sacan bien? le pregunté.

— Admirablemente , me respondió el muchacho. A mí me acaban de sacar una.

— ¿Y lo hacen de balde?

— Tan de balde, que hasta costean las; pastas, los enjuagatorios y las demás medicinas.

— ¡Pues no andarán muy medrados los dentistas de Turin!

— ¡Tanto mejor para los pobres!

— Ya lo creo; así no están espuestos á perder otras muelas que las verdaderamente dañadas...

— ¡Toma! repuso el chico. —Y si la medicina se ejerciera también caritativamente, habría muchos menos enfermos , y las enfermedades serian mas cortas.

— Chico, ¿sabes que no eres tonto? esclamó Jussuf.

— Soy de Genova, señor, dijo el tunante, haciendo un raro mohín, que terminó en una reverencia.

Acercábase la noche. — riarte, Jussiif y yo emprendimos la bajada á la ciudad.

Cuando llegamos al hotel, resonaba el tercer toque de campana, llamando á los huéspedes á la mesa redonda , y las puertas de todos los cuartos se abrian dando paso á damas y caballeros de diversos países.—Estaba yo todavía tan preocupado con los capuchinos, que parecióme ver á una comunidad que salia de sus celdas y se dirigía al refectorio...

Pocos momentos después, el soberbio comedor de que hemos hablado contenia de ochenta á cien personas, sentadas á una misma mesa , á pesar de no haberse visto en toda su vida.-Allí había familias inglesas, suizas, alemanas, francesas , hasta rusas. Allí había unos jóvenes que hablaban español , pero que no eran españoles, sino americanos , lo cual me hacia muy mal efecto! Allí estaba la duquesa florentina que vi anoche. Y allí encontré... ¡oh rubor! tres caras conocidas, —dos de mujer y una de hombre, —las de mujer sumamente hermosas, y la de hombre un tanto burlona á costa nuestra...

¡Porque aquellas tres caras estaban vueltas hácia nosotros!... ¡Porque aquellas tres personas nos miraban!

¡Ay! ¡Eran las dos inglesas y el inglés que encontramos hace pocos días en el camino de Martigni!

La expresión de sus rostros nos decía claramente que habian leído en