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DE MADRIDA A NAPOLES


teriales; la seguridad inviolable que se disfruta... dentro de la ley; la inteligencia ecléctica con que están previstos y provistos vuestros menores deseos... lícitos ó ilícitos, cristianos ó musulmanes, sibaríticos ó ascéticos; el aseo, el gusto, el lujo y la adecuada proposicion que resplandecen por doquiera; la humildad, la cortesía y el despejo de los servidores ; la lógica, en fin, y la regularidad con que cumple su destino cada ser y cada objeto, cada semoviente y cada mueble, contrastan de una manera horrible con todo aquello que experimenta el pobre francés que se atreve á viajar por España...

Pero cosa es esta que estudiaremos más despacio en París. — Acabaré con Marsella diciendo que su sol, su cielo, su feracidad; la facundia, buen humor y vehemencia de sus habitantes, asi como el tipo general de estos, recuerda más á Andalucía que á ningún otro departamento de la Francia.

Tal pensaba yo á lo menos aquella tarde, tarareando la frenética Mar- Hellesa por el gracioso Paseo del Prado, — especie de cornisa tallada en la roca sobre las espumas del agitado mar.

Y á veces se me olvidaba que estaba en Francia, ó me empeñaba en creer que me encontraba en España; y para convencerme de lo cierto, tenia que fijar mis ojos en la muchedumbre de obreros y marineros, vestidos de lienzo azul; en los negociantes que venian de la Bolsa en animado tropel, todos con sombrero de paja, que es su convencional distintivo; ó en las mujeres del pueblo, adornadas con una gorra blanca, semejante á la de nuestros niños reciennacidos.

Dichosamente, el sol, el mar, el aire, el cielo, las montañas, las aves, el humo azulado, la blanquecina niebla, y los mudables tornasoles de las nubes no cambian en ninguna parte, y le dicen al alma entristecida que no todo es extranjero fuera de la patria.

11.

DE MARSELLA Á PARÍS.

A las diez de la noche, con tiempo lluvioso, pero agradable, sali de Marsella en el tren exprés , que debía llegar á París en veinte horas. — Era esto atravesar casi toda la Francia como en un sueño, y en verdad os digo que durmiendo hice la tercera parte del viaje.

Para ello tuve que defenderme de las ganas de hablar y afán de saber de cierto comerciante de Lyon, que sin duda habia dormido perfectamente la noche antes, y que se propuso pasar aquella completando sus profundos conocimientos acerca de las costumbres españolas.

Mucho se ha escrito y hablado acerca del absurdo juicio que tienen formado de España los extranjeros, y motivos habia para creer que, si- quiera últimamente, gracias á la rapidez de las comunicaciones y á la prodigiosa multitud de medios de publicidad, hubiesen rectificado algo sus ideas, pero yo me encontré con un buen señor, muy rico y civiliza-