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DE MADRID A NAPOLES

hace pensar en que pasarlo mañana es víspera de Difuntos. — Debi recordarlo al ver á la castañera.

En el cupé del correo ha venido conmigo un buen hombre, natural y vecino de Pavía, confitero de profesión, que salió anteayer para Casteggio á ver á un hermano suyo, y que vuelve á su casa lleno de afán por encontrar á su mujer y á sus hijos. — ¡Hace cuarenta horas que está separado de ellos!

Nuestra conversación por el camino ha versado casi toda sobre el estado de la confitería en Italia y en España. — Yo le he explicado los progresos que esta industria ha liecho en el Reino de Granada y de Valencia, y él me ha puesto al corriente de la marcha de sus negocios, ventajas de su establecimiento, géneros que ha inventado y estudios á que consagra sus insomnios.— El tal confitero es hombre de elevada ambición y de no común inteligencia. Aspira á ser el Napoleón de su oficio, y tiene en más la gloria de su confitería que los provechos pecuniarios. — Ahora se dedica á perfeccionar el dulce de pimiento.

Al avistar á Pacía, lo he preguntado hácia donde cae el lugar de la Batalla, pero él ha respondido (cual si le hablara de la de Magenta):

— Fue mucho mas allá... , en el camino de Milán á Turin.

Yo le he dicho que se trataba del siglo XVI, y de un Rey de Francia hecho prisionero por los españoles, en el parque de una Cartuja.

— La Cartuja se halla al otro lado de la ciudad, me ha respondido gravemente; pero yo soy de Pavía, y no he oído hablar nunca de semejante batalla. ¡Ya sabe usted que se miente mucho cuando se trata de paises lejanos! Aquí no se han conocido más batallas que la que le he dicho á usted y la de Marengo; y esas se riñeron á bastantes leguas de Pavía. — ¡Como no lo diga por Garibaldi!... — Pero bien que usted habla del siglo XVI... — ¡Nada nada!... Usted viene equivocado. Aquí no ha sido preso jamás ningún Rey de Francia ni de ninguna parte. — Este es un país monárquico.

Yo me he dado por satisfecho con semejante explicación, y he vuelto al capítulo de los confites.

Mas hé aquí que al llegar á la puerta de Pavía (porta di Ticino), mi compañero de viaje se apea del coche y pasa á los amantes brazos de su familia...

Penetro, pues, enteramente solo en la ciudad, asomándome alternativamente á las cuatro ventanillas del cupé, con el lápiz en una mano y la cartera en la otra...

Son las tres y media de la tarde.

Los vecinos de Pavía se asoman por su parle á las puertas y á los balcones para ver pasar el correo.

La importancia que dan á un acontecimiento tan insignificante, y el silencio que reina por doquier, me demuestran desde luego que la ilustre Pavía es una ciudad sedentaria , falta de vida y animacion que vegeta pacíficamente á la sombra de su histórico pasado.