Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/212

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
192
DE MADRID A NAPOLES

Como quiera que sen, yo he vagado por las calles otra hora más, embozado en una capa que en nada se diferencia de las que aquí se usan, solo y bastante triste, viendo jugar á los chicos en las plazuelas, á la luz de la luna, y oyendo en todos los campanarios el toque de Vigilia con que se recuerda á los fieles que mañana es víspera de Todos los Santos...

Y como este toque, y aquella luna, y aquel juego de los muchachos, y aquellas vetustas casas, y aquellos grandes balcones (al través de cuyos cristales se percibía ya la luz de la velada doméstica , y acaso también la amante sombra de alguna beldad que esperaba á su rondador); como todo esto, digo, era igual á lo que se ve al anochecer en las antiguas ciudades españoles, á lo que ahora mismo se verá en aquella en que yo nací , á lo que constituye el tétrico fondo de la historia de mi niñez..., he tenido momentos de profunda melancolía, en que he suspirado por la remota patria y momentos también de ilusión, en que me ha parecido estar en España, y he creído reconocer á los transeúntes , y amar de largo tiempo á alguna de aquellas pensativas y descontentas hijas de familia que hacían la centinela en los balcones, y ser tertulio y familar de muchas de las casas en cuyo portal acababan de encender un farolillo, y á cuya puerta daba un aldabonazo, muy conocido ya sin duda, el padre que- volvía de paseo ó el novio que entraba de visita... — Y este delirio, alimentado á un mismo tiempo por los afectos del hombre y por la imaginación del poeta; esta fantasmagoría , fruto del corazón y del alma , se combinaba y fundía con los recuerdos históricos; iba y venía por el tiempo , reflejando lo pasado en lo actual; daba cuerpo y vida á los dramas y leyendas , á las novelas y pinturas que esta lejana tierra ha inspirado á los ingenios españoles; y, confundiemlo la verdad y la ficción, unas generaciones con otras, y la distancia con la antigüedad (cosa sumamente fácil), hacíame creer, por último , que me encontraba en España , dormido y soñando con una ciudad quimérica; que la historia era un mundo fabuloso; que Pavia sólo había existido en la imaginación de un romancero, y que, sí no hubiera España', no habría Pavía, como sí no hubiera ojos, tampoco habría colores.

En el momento que escribo estas líneas, mis ideas s«n muy diferentes.

Serán las diez de la noche. Me encuentro solo, en el vasto salón de los dos lechos. La bujía que me alumbra no alcanza á esclarecer los altos artesonados ni los ángulos déla habitación; pero, cerca de mí distingo vagamente una lámina, único adorno de la pared en que se apoya la mesa.

Esta lámina representa una escena de la Rosmunda de Alfieri... — Lo comprendo : Rosmunda es toda una faz de los primitivos tiempos de Pavia...

En un cuarto contiguo al mío , y separado de él por una puerta condenada , oigo hablar en Italiano á unos huéspedes que han llegado esta