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DE MADRID A NAPOLES

mejante á la que nos hace desear subir á la escelsa cumbre de los montes.

Porque no hay que olvidarlo: la mujer os la musa, la inspiradora, el modelo ideal de todas las artes, como el alma del hombre es la suma y clave de todas las ciencias. — Ya dijimos que en el entendimiento del hombre está condensada y oculta, inexplorada y latente la sabiduría infinita: pues, asimismo, en la belleza de la mujer reside la pauta misteriosa, la ley estética de todo lo que es y puede ser hermoso en la madre naturaleza y en las fantasmagorías del genio. — Hay, por consiguiente, mujer-poesia, mujer-pintura, mujer-escultura, mujer-arquitectura y mujer-música. — Y hasta hay mujer-oficio, mujer-industria y mujer-comercio. — Pero estas últimas son aberraciones monstruosas, como las culti-latini-parlas, las amazonas, las vestales y las feas.

En cuanto á las primeras que he citado (y permitidme la digresión); en cuanto á los cinco tipos eternos de las artes, ya comprendereis que no deben confundirse entre sí. — Las cinco pueden ser bellas y no parecerse en nada. Digo más: alguna^puede no ser hermosa, é inspirar, sin embargo, nehementísimas pasiones.

La mujer-música, por ejemplo, puede llegará ser una divinidad, aunque esté desposeída de hermosura física, esto es, aunque tenga las facciones irregulares, con tal que no sea antipática al estómago, á la conciencia ni á los sentidos. (Y no llamo mujer-música á la mujer que canta, sino á aquella que produce en nuestra imaginación los mismos efectos que el canto, y que por consiguiente lo inspira.) La mujer-música, para ser un prodigio, sólo necesita que su alma se filtre al través de su cuerpo; que sus ojos besen; que sus manos hablen entre las vuestras; que, al tiempo de andar, las leves ondulaciones de su talle revelen la exquisita naturaleza de sus más recónditos pensamientos; que sus ademanes, su voz, £U calor, su hálito, su perfume, sus gustos, sus instintos, sus aficiones de todo género den por resultado un conjunto armónico de elegancia, de delicadeza, de gracia, de pasión, de refinada sensibilidad, de no sé qué espiritualismo voluptuoso, que parezca el celaje intermedio que separa ó eune los cuerpos y las almas. La muj er-poesia no tiene tampoco precisión de ser hermosa. Basta con que recuerde y represente algo bello. La fealdad y la belleza no son antitéticas. Fea es una tempestad; fea es una tigre; feos son los verdugos del San Bartolomé de Rivera; y sin embargo, todo esto es bellísimo. Yo considero, pues, mujer-poesía á aquella que corresponde á un sentimiento poético: v. g. la de anticuada figura, que se diria sacada de una hornacina gótica; — la tétrica y sombría, que parece una lady Macbeth;— una tísica en segundo grado, cuyos ojos rellejan ya la eternidad; — una campesina fresca y arrebolada como un albaricoque criado al sol; — una gitana de color de cobre, flexible como las mimbres con que fabrica sus cestas y que recuerda la vida nómada de Asia y África; — una americana d ra. jerez.