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DE MADRID A NAPOLES

¡Qué casualidad! A mi derecha se halla sentado el caballero que ha comido en frente de mí en el hotel; aquel que me miraba fijamente y cuya patria no he podido adivinar.— Es hombre de unos cuarenta y cinco años, serio, condecorado con una cinta roja . y de elegante y distinguido porte. — Yo me afirmo cada vez más en que lo he visto antes de ahora; pero no recuerdo dónde, cómo ni cuándo.

Empieza la sinfonía; la sublime sinfonía de Guillermo Tell, oda inmortal que sirve de prólogo á un poema.

La orquesta es de primer orden, numerosa, bien proporcionada, magistral, y hállase soberanamente dirigida.

Córrese el telón. — El escenario es inmenso; las decoraciones exceden á todo elogio ; los coros y los trajes son excelentes.

Únicamente los cantantes dejan mucho que desear... — Todos me son desconocidos..., hasta de nombre. La compañía no es de primo cartello, ni aun de secondo.

Está visto; hasta que llegue la pascua de Navidad, no conseguiré oír cantar bien en Italia. — Los grandes artistas se hallan ahora dando con- ciertos en Inglaterra, Alemania y Rusia.

Sin embargo, la pobre gente que profana este clásico escenario, desgarra mis oídos y marchita mis ilusiones, es mucho más soportable que la del Teatro Nacional de Turin...

Por lo demás, el programa de la función lírica se compone tan solo de los dos primeros actos del Guillermo. — Después hay un baile de espectáculo.

El argumento de este baile es turco, Ja música francesa, y los pasos y pantomimas cosmopolitas. — En cuanto á las bailarinas, las hay verdaderamente hermosas...

¡ Quién me lo dijera ! ¡ Me estoy aburriendo soberanamente en el Teatro della Scala !

Mi vecino y compañero de mesa se aburre también á lo que parece. Con este motivo hablamos, primero en italiano y luego en francés; y él y yo nos convencemos de que ni el uno ni el otro idioma es el nuestro, y de que no somos tampoco ingleses ni alemanes.

— ¡ Usted es español ! me dice de pronto mi vecino. — Sí, señor: y usted también, le contesto yo en un castellano tan claro como el que él acaba de emplear.

— Me lo había figurado desde que lo vi á usted en la mesa... — En cambio, yo creo haberlo visto á usted antes en otra parte... — Yo soy el duque de U..., me contesta el condecorado. (Como sabréis, el duque deU... es grande de España de primera clase).

— Pues si es usted el señor duque de U. (le replico), declaro que no lo he visto á usted nunca ; pero conozco y trato á la señora duquesa de U., á sus hijos y á toda su familia: de modo que le he sacado á usted por la pinta.