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DE MADRID A NAPOLES

La Catedral de Milán carece de una Torre ó campanario (cumpanile) digno de su magnificencia.—Tiene, sí, uno provisional, cuadrado, de pé simo gusto y rara arquitectura, que da albergue á las campanas; pero repito que es interino, y piénsase en derribarlo, sustituyéndolo con un Campanile gótico, adecuado al monumento de que será remate y co ronación.—Sin embargo, hasta ahora, no se ha presentado ningún pro yecto que merezca la aprobación del Cabildo.

Como podréis suponer, desde lo alto del Duomo se goza una hermosísima vista.—Primeramente se descubre toda la Ciudad, calle por calle, plaza por plaza, iglesia por iglesia...—Mi mirada penetró, pues, en los jardines de los Palacios y hasta en algunas de sus habitaciones.—En las azoteas se veia mucha gente que descansaba ó trabajaba al sol.—Por lo tanto, las jóvenes que se creian solas... estaban acompañadas de mi es pionaje, y los amantes que se hacian señas de un terrado á otro, me en tregaban, sin saberlo, el secreto de sus almas.—En una parte divisé á una madre que peinaba á su hija; en otra á unos pequeñuelos que juga ban con sus padres; aqui al estudiante que repasaba su lección; allí al que fumaba tranquilamente.—¡La catedral, como Dios, lo veia todo!

Más lejos se descubrían los campos, las aldeas, los canales, las quin tas, las carreteras, los ferro-carriles, ocupando leguas y leguas...

— ¿Ve usted aquella cosa blanca? (me decía el cicerone). Pues es la Cartuja de Pavia.—Aquel monte es la Superga... Debajo está Turin...

— Aquellas cimas azules son los Apeninos...—Aquella faja de niebla es el Po...—Hacía aquel lado cae Magenta...—Allí tiene usted á Monza... Todas aquellas blancas montañas son los Alpes...—Aquel Pico último dista de aquí 40 leguas...—Desde ningún punto de Italia disfrutará usted una vista panorámica de los montes tan completa como desde aqui Desde aqui está usted viendo á un mismo tiempo el Monte-Viso, el Mont Cenis, el Monl-Dlanc, el 6'raM San Bernardo, el Mont-Rosa, el Sijnplon, el Jungfran, el Finsteraarhom, el San Golhardo, el Sphiigen, el Ortler... ¡De la Francia al Tirol! ¡Cien leguas de cordillera! ¡Un horizonte sensi ble de trescientas leguas de circunferencia! ¡Tanto cielo como en los de siertos de África!

¡Era, en verdad, un panorama sublime!

Pero se pasaba el tiempo, y yo ardía en deseos de ver otras muchas cosas... y muy particularmente el Palacio de las Ciencias y las Artes y la celebérrima Cena de Leonardo de Vinci, obra maestra de pintura, que todos habréis visto reproducida en magníficos grabados y en cuya pose sión fundan los milaneses un legítimo orgullo.—Estudié, pues, desde aquella altura mi Itinerario, y bajé á la plaza del Duomo, desde donde tomé el camino que me había trazado.

Algunos minutos después entraba en el Palacio de las Ciencias y las Arles, llamado Brera.

El palacio de Brera (antiguo convento, cuya licenciosa Comunidad