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Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/252

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DE MADRID A NAPOLES.

dad de la composicion.—Diré solamente que, como obra de la primera época del discípulo de Perugiao, domina aún en la disposición de los personajes algo de aquella simetría propia de los cuadros devotos de la edad media; pero que hay tal animación, tal vida, tanta verdad y belle za en el movimiento particular de caJa ügura, que ya se admira la clá sica maestría der Renacimiento, sin que por esto falle en la acción el su blime misticismo que por aquellos dias se empezaba á echar ríe menos en las creaciones del arte.

Mas no es todavía ocasión de que nos estendamos en largos discursos acerca del genio de Rafael y de su intluencia en la pintura. Aplacemos esta cuestión para el día en que veamos sus grandes obras en el Vati cano y en otros. Museos de Roma, y sigamos ahora recurriendo la galería de Brern.

Pocos fueron los cuadros que me impresionaron vivamente después tlel Spozalizio.—Sólo recuerdo una aunada, también de Rafael, que re presenta a varios personajes alegóricos, completamente desnudos, que disparan flechas á un Término cubierto con un escudo; una Virgen y el Niño de Luini, en que pude admirar aun la esquisila dulzura de este pintor; un Monje dormido, de nuestro inmortal Velazquez, sumamente deteriorado por el tiempo y las restauraciones, pero en el que se ven ciertos valientes toques de la mano del maestro; y un lienzo de Leo nardo de Vinci, que hubiera sido notable, si se hallara concluido, y en el que los artistas pueden estudiar el procedimiento de que se valía Vinci para pintar sus cuadros. Su asunto es La Virgen, teniendo en brazos al niño Jesús, que jueya con un cordero, y está desempeñado admirablemente como dibujo,—que es como sólo puede juzgarse.

Por mi parte, recuerdo haber visto en el Museo del Louvre, en Pa rís, un cuadro análogo á este, también de Leonardo de Vinci, en que el pensamiento está mas desarrollado y que produce una tierna emoción en cuantos lo miran...

Desde el Palacio de Brecra pasé á una tralloria, hostería, taberna, figón ó lo que fuese, que vi en la acera de enfrente, donde pctlí de al morzar á todo riesgo, con tal de conocer la auténtica y legítima cocina italiana.

Allí híibia también un magnifico cuadro; pero cuadro vivo, digno del pincel llamenco.—Borrachos, humo, poca luz, una Maritornes, vino de Mouza, peces fritos, queso de Parma, juramentos per Baco y una estam pa de la Virgen, alumbrada por una mariposa...—Hé aquí los rasgos es cacterísticos de aquel almuerzo.

Yo volví á acordarme de / Promesi Sposi y de rósleria en que tanto peroró el pobre Renzo la noche del tumulto.—Era la misma mesa estre cha y larga: eran los dos mismos escaños de madera: eran los mismos comensales. En vano habían pasado sobre Milán dos siglos y medio!

Repuestas mis fuerzas, la Slrada del Portuccio me llevó á unos jardi

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