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DE MADRID A NAPOLES.

canales que Jlevaban á otros puntos; asi me persuadí finalmente de que se puede recorrer toda la ciudad navegando,

A veces, oíamos detrás de una esquina el són de otros remos.

Entonces los gondoleros que me conducian, ó los que venian á en— contrase con ellos, decian dos palabras, á que no contestaba nadie; pero que daban lugar siempre á una maniobra. >

¡Sia premi!

—Sía stati!

—. Sia di lungo!

Con uno de estos tres gritos se indicaban lo que debian hacer para evitar un choque ó un pase-por-ojo al tiempo de doblar una esquina.

¡Y qué lúgubre, qué dramático efecto produce en el recien- res este lacónico grito, que tiene su música especial!

A poco de oirse la advertencia entre el murmullo del agua, veis pasar á vuestro ludo una cosa larga, estrecha y enlutada como un atahud.

¿De dónde viene? ¿A dónde vá? ¿Qué guarda dentro?

Nada sabeis.

Ni una palabra se cruza de una góndola á otra.

O los que las llevan no se conocen en tanta oscuridad, ó dejan de hab arse, por respeto á las personas que conducen.

Ello es que la góndola pasa... y se pierde en los oscuros canalizos.

¿Quién sabe si detrás de aquellas persianas negras se esconden el amor ó el crimen, el dolor ú el placer, la riguza ó la miseria, el horror ó la hermosura?

Mi góndola atracó por último al pie de una empinada escalera que bajaba de un alto puentecillo.

—¿Hemos llegado? pregunté.

—Estamos muy cerca del Hotel d'Europe (me respondió el mayor de los gondoleros). Desembarcaremos aquí, y recorreremos tres ó cuatro calles á pie. De este modo nos ahorramos mucho camino.—Jacobello (continuó, dirigiéndose á su hermano): espérame aquí con la góndola, que yo voy á conducir al señor.

Subí, pues, aquella escalera, y me encontré en el segundo piso de Venecia, 6 sea en la Venecia terrestre.

Allí era tambien grande el silencio; pero no tan profundo como en las lagunas.

Las calles que he recorrido para venir al Hotel son sumamente estreChas, pero resplandecian de luz, y estaban llenas de cristales y de vistosos objetos, como las galerías de un palacio Ó como los pasajes principales de París.

En Venecia todo es subir y bajar escaleras.

De aquí que no sean posibles ni conocidos los carruajes ni los caballos.

Y de aquí tambien el silencio que reina en la ciudad.