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DE MADRID A NAPOLES.

nal.—El de en medio está vacío, Los otros doce son otras tantas tiendas, profusamente iluminadas. Delante de éllas hay un barandado ó balcon, al través de cuyos balaustres se veia andar á la multitud. Por el arco hueco pasaban tambien longitudinal y trasversalmente algunas personas. Esto significa que el puente sirve de asiento á tres calles, una interior y dos esteriores, formadas por las balaustradas y las tiendas y que el susodicho arco central es al mismo tiempo una travesía.

Las tiendas, sus luces y el ojo del puente se copiaban por entero en el Canal, trazando en sus cristales otro semicírculo, que unido al de arriba, formaba un ancho óvalo argentado por la luna y ornado de rojizos esplendores; una especie de aro ó disco, semejarnte al que rompen de un salto los acróbatas, y por el centro del cual pasó nuestra embarcacion como un relámpago. E

Siquiera allí, la Ciudad daba señales de vida. Pasos, gritos, golpes resenaron un momento sobre nosotros. Los habitantes de Venecia se nos aparecian en los aires, como una bandada de pájaros marinos, ó como la tripulacion de un barco gigantesco, vista desde un humilde bote que pasara cerca de él.—Allá arriba todo era luz, animacion y movimiento.— Abajo, en la laguna, seguia reinando la callada soledad.

Pasado el Puente, el Canal Grande se dilató y hermoscó mas todavía. La luna se bañaba en el centro de un desierto de agua, iluminándolo todo, tornando en líquida plata el melancólico, elemento esclareciendo con los reflejos de su hermosura las lejanías del horizonte, y trocando en filigrana y encaje la piedra labrada de alcázares y templos.

Al llegar á este punto, la góndola viró á la izquierda, y, dejando el gran Canal, se deslizó en un callejon oscuro por entre los muros sombríos de dos palacios.—Empezábamos la anunciada travesía, que habia de traerme al Hotel d'Europe, evitando un larguísimo recodo.

Aquí ya la navegacion cambió completamente de carácter.

La luna no penetraba en las angostas y profundas callejuelas ó pequeños canales que hemos atravesado.

Los remos daban con frecuencia en las paredes.

Sobre nuestras cabezas pasaban de una manzana á otra infinidad de puentecillos, que no eran sino las calles de tierra, las vias sólidas, por decirlo asi, de la ciudad anfibia.

Sobre aquellos puentecillos se sentian á veces los sordos pasos de algun transeunte.

El sentiria á su vez debajo de sí el rumor de la góndola en el agua.

Algunos faroles, colocados muy altos, alumbraban al mismo tiempo, y asaz débilmente, nuestro camino y el suyo.

Nada mas medroso que todos estos lugares, que todos estos encuen= tros, que todos estos ruidos.

Asi pasábamos de un callejon á otro; asi encontrábamos plazoletas de agua; asi doblaba la góndola una y otra esquina: asi torcíamos á la derecha, luego á la izquierda; dejábamos á un lado y á otro cien y cien