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DE MADRID A NAPOLES.

á caballo hasta una altura de 240 pies, de donde arranca lá aguja 6 flecha, que tiene por su parte 60 pies de elevacion.

Se comprende sin esfuerzo que esta colosal atalaya, levantándose en medio de una ciudad tan lisa como Venecia,—rodeaúa á su vez de una Planicie de agua. y de las bajas y pantanosas, tierras en que termina el Veneto,—domina soberanamente un vastisimo territorio, se enseñorea sobre él, lo ve tendido á sus plantas... como un inmenso mapa geográfico.

El Campanile se empezó á construir á fines del siglo IX, destinándosele principalmente á torre de vigía, desde donde se descubriese el Adriático y pudiera prevenirse á la Ciudad siempre que apareciesen velas en el horizonte.—;¡Era ya Venecia tan poderosa y tenia tantos enemigos!— Determinóse, pues, que hubiese constantemente un vigilante en lo alto de la Torre y que diese una campanada cada cuarto de hora, á fin de indicar que estaba alerta.—Este centinela avisaba además á los vecinos siempre que descubria un incendio en la ciudad, marcándoles el barrio en que era, segun el número de campanadas que daba.

Tambien fue en esta torre donde Galileo ensayó por la primera vez su célebre telescopio.

Hácia la mitad del Campanile, y por su parte exterior, se ve aún e] lugar en que antiguamente se colgaba una jaula de madera, dentro de la cual eran encerrados con pan-y agua los sacerdotes que habian cometido ciertos crímenes.

Pero todas estas consideraciones son nada en la mente del viajero desde el instante que llega á lo alto de la Torre y contempla el maravioso cuadro que se desarrolla en torno suyo.

Ya lo he dicho: toda Venecia se abarca desde allí de una ojeada: ¡toda Venecia, clara, completa, distinta; esmaltada sobre el agua resplande— ciente; partida en dos por el Canal Grande; que ondula por medio de ella como una culebra de cristal; mati zada de jardines en algunos parajes; con sus cien Iglesias y sus mil Palacios; con sus ciento cincuenta Canales, que dividen la ciudad en ciento treinta Islas, y con sus cuatrocientos cincuenta Puentes, que las enlazan de mil modos!...—¡Era una grandiosa perspectiva! E

Al pie mismo de la Torre se dilataba la vasta planicie de la Plaza de San Márcos, formada por nobles, bellos y regulares edificios y por la soberbia Catedral.—El suelo de la plaza, magníficamente enlosado, relucia como la encerada cubierta de un buque.—La gente que cruzaba por aquella especie de salon regio, dirigiéndose de unos pórticos á otros, aparecia tan achicada por la distancia, que llamaban mucho más mi atencion las palomas que revolaban sobre los tejados.

Al lado de la Plaza veíamos las nueve cúpulas de la Basilica; la famosa Piazzetta, museo histórico de la ciudad; los techos de plomo del Palacio Ducal; su patio, sus prisiones, y el canal angosto que pasa por debajo del Puente de los Suspiros. Más lejos divisábamos el Puerto , antes tan concurrrido, hoy pobre de mástiles; en otro lado las Dársenas, los Cam-