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DE MADRID A NAPOLES

Mientras que el implacable cancerbero hablaba así, yo pensaba en Le Mié Prigioni; recordaba todo lo que padeció Silvio Pellico, abrasado bajo aquella lámina de plomo, devorado por los cínifes, colgado sobre el mundo, suspendido entre el cielo y la tierra; solo, en medio de la humanidad; muerto para todos, cuando todos vivian para él y le dejaban oir sus ecos de júbilo y alegría y la música inefable déla libertad!... —¿Qué mayor tormento? ¿Qué prisión más espantosa?

¡Y cuenta que la estancia ocupada por el autor de Francesca da Rimini, situada en el extremo Norte del Palacio Ducal, era la más cómoda y ventilada de todas!

Volvimos á bajar, sin que yo hubiese contestado nada al discurso del conserje.

En medio de la escalera habia una puertecilla, que daba á una galería oscura, en la cual penetramos...

El carcelero se detuvo delante de dos puertas iguales, y abrió una.

— Vamos á cruzar (exclamó) el famoso Puente de los Suspiros.

El Puente de los Suspiros es un doble pasadizo cerrado, suspendido á una grande altura sobre el Canal de la Paglia, y que pone en comunicación al Palacio Ducal con el Palacio de las Prisiones.

Este Palacio de las Prisiones, construido á fines del siglo XVI, es una cárcel como cualquiera otra, notable solamente por su artistica fachada.

De las dos galerías que comprende el Puente de los Suspiros, la una daba entrada en la cárcel á los presos ordinarios. Por la olra comparecian ante los Inquisidores los prisioneros de Estado.

Cada una de aquellas galerías cubiertas tiene dos ventanas con reja de hierro y celosía de piedra, por las cuales los reos que iban del Tribunal al suplicio, ó venian de la prision al Tribunal, veian un instante la laguna, las góndolas, la ciudad, el cielo...

Dícese que entonces suspiraban, y que de aquí viene el nombre de Puente de los Suspiros.

Otros creen que esta denominacion procede de los gemidos que iban dando los reos al pasar por allí despues de haber sufrido el tormento en el Palacio Ducal. Yo consulté sobre esto al Conserje.

El Conserje se puso hecho una furia cuando me oyó hablar de tormento.

— ¡Aquí no se atormentaba á nadie! (exclamó con voz de trueno) ¡Eso lo han inventado los poetas! —Es decir... aquí no se daba tormento sino á los convictos y no confesos... ¡Ya ve usted que ellos se tenian la culpa!—¿Por qué no confesaban? Además que todos esos rigores eran para los reos político... Los reos ordinarios vivían perfectamente en el Palacio de las Prisiones.—En cuanto al nombre de Puente de los Suspiros, no lo inventó el pueblo, como dicen los poetas; lo inventamos nosotros, los de casa, al ver que los prisioneros suspiraban por su perdida libertad siempre que pasaban cerca de estas claraboyas.—Y la prueba de que no sus-