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DE MADRID A NAPOLES

La idea de que iba á apagarse me hacia apresurar el paso.

Los muros que tocaba con la mano estaban frios... A veces chorreaban agua.

Los escalones, mojados y lodosos, se escapaban bajo mis pies.

AI fin hicimos alto en una oscura esplanada, baja de techo y rodeada de puertas chapadas de hierro y de rejas muy angostas.

El conserje abrió una de aquellas puertas.

Al ruido de la llave parecia natural que respondiese dentro del calabozo algun doliente gemido...

Mi imaginacion padeció como si lo oyera...

Sin embargo, en la prision no había nadie. -Aquí tiene usted un pozo, murmuró el carcelero.

Al mismo tiempo se extinguió la lámpara.

El viejo hizo un movimiento, sin duda para acabar de apagar el pábilo, y oí resonar el manojo de llaves que pendia de su cintura.

La oscuridad era completa.

Yo creí por un momento que el carcelero se iba y cerraba la puerta detrás de sí, dejándome preso...

En esto divisé cerca del techo un agujero redondo, por el cual se filtraba un débil resplandor del dia.

Algunos instantes después aquella ténue claridad hirió más vivamente mis pupilas, y hallé cerca de mí al lúgubre personaje.

— Estamos bajo la laguna (dijo tranquilamente). El nivel de las aguas se halla dos ó tres palmos debajo de aquella reja.

En comprobacion de estas palabras, oí sobre mi cabeza sordos golpes de remos.

Luego pasó una sombra por delante de la ventanilla, es decir, cerca del techo, dejando durante un momento en absoluta oscuridad la fúnebre prisión.

Aquella sombra que habia pasado, era una góndola.

Dentro de ella, y á la luz del sol, cruzando el aire sin fin de la hermosa libertad, irian el amor, la juventud, la dicha, el orgullo, la esperanza...

¡Oh, qué vision tan dolorosa á los ojos de un prisionero!

El carcelero seguia en tanto con su tétrico estribillo.

—¡Ya ve usted (me decia) que, á pesar de estar los pozos bajo el nivel del agua, los presos no tenian nada que temer de la humedad! El suelo que pisamos es de madera, y aquí tiene usted otro tablado más alto, que servia de lecho. Todavía falta en él la paja que lo cubria, á fin de que el criminal encontrase la cama blanda. ¿Qué más podia hacer la República con sus enemigos, que conspiraban á todas horas contra ella; que querian su muerte; que atentaban hasta á la vida del Dux?

Salimos del Pozo á la esplanada oscura que antes he descrito.

Yo tenia ya deseos de concluir, de ver el sol, de respirar el aire de la vida.