¡ torio mentira al par!!! — Y yo, insensato ,
esclavo de su mágica belleza,
ángel soñaba á la beldad perjura
que en soledad de muerte me abandona
y , adúltera del alma , su fé pura
infame trueca por ducal corona.
— ¡No le basta un laurel!— Pobre es mi lira;
mis héroes son soñados ; mis amores
sueño que el alma en su afanar delira...
¡Todo cuanto yo soy... todo es mentira!
¡Solo hay verdad, y horrible, en mis dolores!
El guardián de la prisión me lia encargado que, pues me dirijo á
Roma, no deje de visitar, en el Convento de San Onofre, la celda en que murió el Tasso, donde veré y leeré cosas interesantísimas, referentes al laureado vate.
Lo haré así.
Desde la Prision de Tasso he vuelto al Castello: — de la casa de Torcuato á la de Eleonora...
Para ello atravesé la Plaza Ariostea, en medio de la cual se levanta la Estatua del cantor de Orlando el furioso. — Su pedestal ha sostenido ya otras dos Estátuas: una del Papa Alejandro l, derribada por los revolucionarios en 1796, y otra de Napoleon I, arrebatada por los austríacos en 1815. — Pero yo no estaba ya esta tarde para pensar ea otra cosa que en mis héroes románticos, y seguí mi marcha hacia el Castello, sin detenerme en aquella Plaza.
El Castello sirve hoy de Prefectura.
Algunos milicianos daban la guardia en la puerta.
Pregúnteles si se podía entrar, y con la mayor urbanidad me dijeron que si.
Entré, pues, y no encontré á nadie por ningún lado.
Empezaba á oscurecer.
Ví á la izquierda una escalera iluminada, y me dirigí á ella.
Era una hermosa escalera de caracol, amplia, cómoda y bella, alfombrada con mucho lujo, hecha indudablemente para arrastrar colas...
Los peldaños giraban en torno de una elipse , y de aquí el que fueran tan anchos y suaves.
Yo creí encontrarme en el siglo XVI y que acudía á un baile dado por los Duques de Este.
Pero la verdad es que el primer piso del Palacio ha sido restaurado por dentro, y que el Prefecto de la ciudad daba á aquella hora audiencia en su despacho.
Pasé, pues , como sobre ascuas por delante de la puerta de la habitacion en que penetraba la tira de alfombra, y continué subiendo la escalera sin saber á dónde iría á parar.
Ya no revestian bruñidos mármoles las paredes. Ya no habia tampoco