del propio modo nació Liorna y ha llegado á ser la heredera de Pisa, ó sea el gran Puerto de la Toscana.
Liorna , pues, es una ciudad sin historia. — Hace cuatro siglos era una aldea de pescadores y marineros, que apenas encerrarla mil almas. Hoy es una grande y vistosa ciudad de 78,000 habitantes. — En cambio, Pisa, que tenia 150,000 habitantes en la Edad Media, solo cuenta ahora 27,000.
El Puerto de Liorna fue construido á fines del siglo XVI. — Desde entonces es el lugar de cita de todos los comerciantes de Oriente. Una amplia libertad de cultos, que ha permitido erigir en la Ciudad una Sinagoga, una Capilla para árabes maronitas, dos Templos Griegos y otros dos Protestantes; el ser Puerto franco, y el haberse abierto Canales desde la orilla del mar hasta el centro de la población , á fin de cargar y descargar las mercancías en los mismos almacenes, han sido estímulos más que suficientes para atraer á Liorna gentes de todos los países, — aventureros, contrabandistas , desertores , piratas , renegados , comerciantes de todo y de sí mismos, que la han convertido en una especie de Gibraltar.
Cuando saltamos á tierra nos rodeó una nube de gente oficiosa, miserable y sumamente locuaz, que nos ofrecía sus servicios, y en la cual me llamaron la atención dos cosas : la distinción aristocrática de su aspecto, y las formas correctas de su lenguaje. — Diríase que eran antiguos patricios de Florencia convertidos en pordioseros. — ¡ Qué finura y qué expresión en los rostros! ¡Qué fúnebre elegancia en los harapos! ¡Qué cortesía y qué insinuación en las maneras! ¡Qué discreción y pureza en el decir! ¡Qué exquisita adulación en los conceptos!
Los más pobres y andrajosos tenían el tipo de los nobles personajes retratados por Ticiano: delicado perfil,, largas cabelleras, severas calvas, diplomático gesto, barbas teatrales, miradas de astucia, graciosas sonrisas, frentes de inteligencia, delgada musculatura, actitudes cortesanas. — En cuanto á su modo de expresarse, hubiera dado envidia á un académico. — Ya sabia yo que los toscanos hablan bien. Tantos siglos de refinada cultura han trabajado y pulimentado su lengua de tal modo, que para decir la cosa mas sencilla se valen de mil fórmulas diferentes , á cual más retórica y galante, y de prolijos rodeos y donosos giros, pronunciados con esmerada pulcritud, enfática y melodiosamente, recortando, en fin, las sílabas y las palabras, como si declamasen en un teatro.
Excusado creo decir que estos aires principescos y esta alambicada civiltá del populacho me desagradaron profundamente, ó por mejor decir, me horrorizaron y movieron á compasión. Aquellos no eran pobres: eran empobrecidos. Aquella no era la clase popular, era la ruina de la clase alta. Cada hombre parecía la víctima de una tragedia. Allí no podía haber un solo desgraciado ignorante de su suerte ó resignado con ella. Ninguno era ciego de nacimiento... ¡Qué desesperación reinaría en sus almas! — ¿En dónde estaban la sencillez, la inocencia, la mansedumbre, la buena fe, la noble humildad de los desheredados de otros países? ¿En dónde ese pueblo sano, fuerte, generoso, varonil, sufrido, que es en todas