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DE MADRID A NAPOLES

bas maravillas, que la Venus Médicis es la más bella obra del arte, imaginaos cuánta habrá sido mi emoción al contemplarla. — Si tanta satisfacción, si tanto orgullo causa al hombre el encontrarse en cualquier extremo material ó moral ; si tanto me ufané hace dos meses porque tenia delante el monte más alto de Europa; si tanto se engrie el que ha visto la muerte de cerca , el que ha avanzado hacia los Polos más que ningún otro navegante, el que ha tenido en la mano el primer libro que se imprimió, el que ha subido á la torre de Strasburgo, el que ha saludado la Pirámide de Cheops, el que ve al Papa, el que sufrió dolores inauditos; si tanto respetamos las supremas gerarquías de la prioridad, del tamaño, de la distancia, del peligro, de la vejez, del infortunio, del poder, de la novedad, de la rareza... ¡cuánto más no debe envanecernos el haber admirado el extremo de la hermosura, la suprema gerarquía del arte; el ver el límite del genio humano; el contemplar el modelo de la belleza mortal; el conocer, en fin, á la mujer de piedra á quien han dicho tantas generaciones: — Tú eres la perfección de la forma; tú eres más hermosa que todas las beldades amadas por los hombres; tú eres el noble tipo de la mujer ideal, la Eva del deseo, la Helena de los poetas, la madre del Amor!

De dos maneras hay que considerar á la Venus de Médicis: como mujer y como escultura, ó sea como modelo y como ejecución.

Empezando por figurárnosla como criatura viva , diremos que es de mediana estatura, quizás algo pequeña (4 pies, 7 pulgadas y 8 líneas); joven, muy joven, pero bastante adolescida ( lo que son las griegas á los 15 años); no delgada, pero fina, ática , sobria de contornos; correcta y pura en la plenitud de sus hechizos; esbelta y voluptuosa. — Está completamente desnuda, de pie, en una púdica actitud , tratando, sin conseguirlo, de ocultar con sus manos [1] los tesoros de su cuerpo. Su rostro es un prodigio de hermosura...; pero ¿qué digo? ¡toda ella parece modelada por las Gracias! ¡Qué suavidad de contornos! ¡ qué armonía de proporciones! ¡qué morbidez! ¡qué magestad y precisión de líneas!

Yo no sé dónde está la norma de la hermosura humana. Digo más: yo he dudado alguna vez de que haya reglas que presidan al gusto, y hasta he respetado la estética de los chinos, de los etiopes y do los indios de América. — Pero ahora me arrepiento de haber sostenido tales paradojas, y creo firmemente que la raza caucasiana es el prototipo del género humano. (¿Por qué no ha de serlo en lo físico, si lo es en lo moral?) — El bello ideal de la mujer ha de residir, pues, en el gusto de esa raza, y aun me atrevería á decir que ese gusto es un instinto de nuestros ojos. —Ahora bien, la Venus de Médicis es el modelo abstracto de la hermosura femenina, tal como la concibe la imaginación de los europeos; tal como nos la reveló la naturaleza al florecer nuestra juventud; tal como la persiguen artistas y cantores; tal como Dios debió de fijarla al crear á nuestra madre Eva.

Considerada como estatua , la Venus de Médicis es todo lo que hemos


  1. Los brazos han sido restaurados.