abandonado sin hablar palabra; ha estado ausente unos diez minutos, y se nos ha aparecido de nuevo con los ojos radiantes de animación y su infantil sonrisa en los labios.
Caballero no ha reparado en nada de esto; pero yo, que no pierdo nunca de vista al bravo moro , porque todo es en él digno de estudio , lo he llamado aparte cariñosamente, y le he dicho:
— ¿Qué hay de nuevo?
— Mira, me ha respondido, entreabriéndose la camisa y enseñándome á medias un larguísimo cuchillo.
— ¿Y para qué es eso? le he preguntado.
Jussuf se ha puesto pálido y luego rojo, y su mirada me ha reflejado mil escenas diferentes: el miedo al viaje que íbamos á emprender; la lucha con los bandidos; las puñaladas, la sangre, nuestra victoria... ¡qué sé yo cuántas cosas más!
Por último, ha recobrado su calma, y por toda contestación á mi pregunta, me ha dicho dulcemente, cerrándose la camisa y señalando hácia el Puente Viejo:
— Medio duro.
Es la cantidad que acaba de dar por el cuchillo.
Cualquiera hubiera creído al contemplar esta escena , que Otelo estaba de vuelta en Italia.
Caballero echaba entre tanto cuentas con una Guia en la mano, y murmuraba gozosamente:
— ¡Pasado mañana en Roma!
Estamos en camino.
El tren ha partido de Florencia á las cuatro y cincuenta y cinco minutos, á cuya hora era ya de noche.
Signe lloviendo. Hace un frío espantoso.
Florencia me ha dejado á mí antes que yo á ella. Durante las últimas horas que he permanecido en el llamado Jardín de Italia , su hermosura, su alegría, las hojas de sus árboles, los esplendores de su cielo..., todo ha desaparecido. — Asi es que la abandono sin sentimiento.
Llevamos una hora de viaje. — Del país que vamos recorriendo sólo puedo decir que está cubierto de nieve. — Lo demás lo ocultan las tinieblas.
Al llegar á Empoli, dejamos el Camino de hierro de Pisa {Strada ferrata Leopolda), que se dirige á Poniente, y tomamos la Strada ferrata Céntrale Toscana, que va hacia el Mediodía por el valle del Elsa, y que unirá con el tiempo á Florencia y Roma.