— ¡Comandante! ¡Y francés! ¡Y robado á pesar de todo! (exclama Ca- ballero). — Esto merece pensarse.
Una idea mia nos saca al fin de la perplegidad.
— Diga usted (le pregunto al maestro de postas): y esos bandidos ¿matan á los viajeros, ó los roban solamente?
— ¡Oh!... ¡no hacen más que robarlos! En ese punto, descuide usted...
— Entonces, partamos (le digo á Caballero):Tengo una idea...
Media hora despues entramos en el famoso Bosque, á la luz del farol del carruaje.
Algunas veces nos alumbra tambien la luna, abriéndose paso al través de las nubes y de las ramas.
— ¡Jussuf, dame el cuchillo! — le digo entonces al moro.
— ¿Para qué? — me pregunta Caballero, creyendo que mi idea no es más que una repetición de la que se le ocurrió á Jussuf en el Hotel del Arno.
Yo no contesto : tomo el puñal que me alarga Jussuf; rasgo con él una especie de bolsillo dentro de un pliegue del recio damasco que reviste toda la silla; meto allí la mano; aparto las estopas que forman el relleno; pido á Caballero el reloj, la cartera y el dinero , menos una insignificante cantidad: reúnolo todo con mi reloj , mi dinero, y mis cartas de crédito, quedándome también con algunos escudos en el bolsillo; escondo nues- tro tesoro bajo las estopas; nivelo el sitio; vuelvo á plegar el damasco; me convenzo de que es imposible dar con el escondite ; abro la portezuela del coche..., y arrojo el puñal en medio del camino.
Caballero, que ha ido aprobando todas mis operaciones, comprende la filosofía de este último rasgo, y me aplaude.
Jussuf me mira estupefacto.
Yo le digo:
— El único peligro que ahora podíamos correr , consistia en tu puñal. — Si nos salen ladrones, nos dejaremos robar nuestro modesto equipaje de viajeros y los duros que llevamos en el bolsillo... — Mañana nos equi- paremos en Roma.
Desgraciadamente para el cuchillo de Jussuf y para el damasco de la silla de posta, todas estas precauciones han sido inútiles: dos horas des- pués estamos fuera del Bosque peligroso, en país despejado, y corriendo alegremente hacia Montefiasne , donde pensamos comprar algunos frascos del famoso mosto del mismo apellido, á fin de celebrar esta noche en Viterbo nuestro heróico paso por las encinas de Bolsena y nuestra fortuna de no haber encontrado un solo brigante.
Sin embargo, yo recordaré eternamente las dos horas de emocion y espectativa que acabo de pasar, creyendo ver una carabina en cada rama y un hombre en cada tronco; creyendo oír un silbido en el rumor de cada hoja que se movia; engañado á cada momento por las fantásticas visiones que finge siempre la luz de la luna; entusiasmado con los ojos de Jussuf, que brillaban en la oscuridad como dos ascuas, y divertido con la hipo-