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DE MADRID A NAPOLES

en tiempo, la casta deidad entreabre los ojos y los fija en algun negruzco Palacio, cuyas ventanas de cristales se sonrien agradecidas..., despues de lo cual vuelven todos á dormirse. — Y la silla de posta sigue trepando di- ficultosamente por las empinadas calles de la ciudad teocrática..., y yo pienso con la mayor seriedad, ora en la piadosa Condesa Matilde, ora en la bellísima Galiana , á quien muchos han llamado la Elena del siglo XII. Asi llegamos al Albergo , en donde cenamos bajo los auspicios de los restos del Montefiascone, y damos algun descanso al pobre cuerpo, á pe- sar de los grandes gritos con que exclama el alma : -¡Estamos á la vista de Roma!¡Despierta, corazon!